7/26/2012

Dos libros de Ramón Gaya


  En Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica), Ramón Gaya siente el arte de una forma absolutamente radical. A su juicio, el arte no es eso en torno a lo cual merodean los entendidos, puesto que el arte no puede entenderse. No es algo sobre lo que emitir un veredicto, no puede ser objetivado ni analizado ni clasificado. Tales actividades, propias del crítico, resultan artificiales, un postizo que se le endosa al arte, y no hacen sino alejarnos de la verdad del arte. Conducen a un malentendido, a una confusión acerca de lo que es el arte. Todo lo más, el crítico, el hombre moderno, habla de cultura.
  Gaya sostiene que el arte ha de comprenderse, que ha de aprehenderse con el cuerpo, con todo el ser del hombre común, del hombre pleno de salud, inocente, silvestre, -el superhombre común-, intuitivamente, sin la mediación de crítica ni doctrina ni academia ningunas. Porque el arte pone de manifiesto un venero subterráneo que escapa incluso al control de su coyuntural creador. Es una expresión de la divina naturaleza; antes que a un individuo concreto, pertenece al pueblo. Si pudiera entenderse o explicarse, no sería. El arte es, precisamente, por esa incapacidad del hombre de entender o explicar el misterio de la vida.




  En Velázquez, pájaro solitario, Gaya se pregunta a propósito del creador de Las Meninas. Gaya conoce bien la pintura del sevillano, ha estudiado a fondo sus cuadros, los ha copiado. Pero sin encontrarles ninguna característica particular, definitoria. Velázquez se escabulle, vuela solitario y silencioso, independiente del espectador, porque no pinta cuadros en sentido estricto, sino que ha creado criaturas de aire, vivas, que bien podrían empezar a moverse o a hablar en cuanto volviésemos la cabeza, irse incluso del supuesto cuadro. Velázquez ha experimentado, ha visto en la vida Algo, ese algo intenso e inapresable que nos transmite con su pincel. Según Gaya, nada pone suyo: Diego de Silva y Velázquez -andaluz un tantico portugués-, carece de relevancia; la vida que nos muestra es lo importante, él sólo intenta revelarla sin interferir, abriéndola piadosamente a su ser libre. No es su tiempo, ni el color, ni la composición, no es un cuadro lo que nos participa Velázquez, sino la Vida en su constante fluir, más allá del arte.

[Ramón Gaya. Obra completa. Ed. Pre-Textos, 2010.]



  

7/22/2012

Minima moralia


  Disfraces del miedo.- Lo abyecto de la mediocridad no es que renuncie a la excelencia por miedo, sino que obvia o niega sistemáticamente la libertad dondequiera que ésta aparece y, a la vez, se ensalza a sí misma como portadora de libertad.

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  Feudos del dualismo.- No saber qué se quiere es una de las formas más frecuentes y angustiosas de experimentar la nada. Pero todavía más penoso -aunque no menos raro- resulta saber lo que se quiere y no atreverse a ir en su busca. Ahí ya no hay vacío, sino miedo; la culpa germina como en un campo de estiércol y todo se simplifica fatalmente: o bueno o malo, o amigo o enemigo, o blanco o negro, o creer o desesperar...

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  Nadie es más que nadie; todos tenemos vanidad en mayor o menor grado. Negar la nefasta vanidad es ridículo. Pero es preferible mirarla a la cara y ponerla en su lugar antes que no mirarse para no tener que hacer autocrítica.

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  No es que los seres humanos no distingamos el bien y el mal; la mayoría reconoce el mal sin grandes dificultades. Lo que ocurre es que casi nunca sabe cómo hacer el bien, o lo evita culpando a otro por creerse obligado a ello.

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  Descartes, para mantener su utopía del pensamiento puro sin verse forzado a reconocer en ello el lugar de la mera nada, a pesar de la evidente certeza de un cuerpo falible, prefirió reinventar a Dios y resolver otra vez con Él todas sus dudas. Pero el pensamiento, ay, no es puro, y como dice Polibio: "La humanidad no posee mejor regla de conducta que el conocimiento del pasado".

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  Dos propiedades éticas.- 1) Cualquiera puede ser, para sí, su peor enemigo; pero también su mejor amigo. 2) La propia decisión en cada instante, decidir libremente cada momento qué se hace, dónde se va, con quién y a qué, hace a cualquiera más rico que al atareado, agresivo y programado propietario.

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  Si uno se niega a incurrir en errores vulgares, escuchará por doquier un clamor sordo de voces que se afanan en convencerle de lo equivocado que está. Por evidente que sea su acierto al obrar, no cesarán de atormentarlo con ese nuevo error.

7/14/2012

Pensamiento de mediodía


   Después de la así llamada crisis económico-financiera, la spanishrevolution o como lo quieran denominar, y las elecciones del 20 N, en la política española sólo queda la inscripción de Dante a las puertas del Infierno: Lasciate ogni speranza.
   Esta última y falsa revuelta, su estrepitoso fracaso, certifica la derrota. Los lobos están desatados; nos encontramos a merced de criminales que harán pasto de nosotros. Únicamente resta ya seguir el consejo de Epicuro: "Libérate, hombre libre, de la cárcel que es la política".
   Pero es un consejo misterioso éste de Epicuro. Pues, a decir de su maestro Aristóteles, para lograr semejante proeza el ser humano habría de mudarse en bestia o en dios. Y está claro que andamos más cerca de convertirnos en bestias que en dioses. Lo prueban el creciente agrupamiento de mutas (*) en las calles y el funcionamiento de las redes masivas de internet: vanidad, banalidad, griterío, dogmatismo, frivolidad, propaganda y tontuna son la norma actual ahí; como en toda manada, el pensamiento ha sido desterrado a los márgenes. No tendría que suceder necesariamente así, pero la estupidez del hombre se impone; la perversión semántica ha degenerado hasta el punto de que tales eventos pasan incluso por arte.
   No obstante, cabe aún un pensamiento optimista. Si para aspirar a alguna clase de liberación, el ser humano ha de cambiar indefectiblemente su naturaleza social, más que nunca opera la sentencia de Zaratustra: "El hombre debe ser superado". La condición de artista genial en la que los universitarios han intentado confinar a Nietzsche, se demuestra una vez más errónea. Nietzsche fue, en efecto, un artista genial, pero porque fue un pensador lúcido. Apostó por el siglo XXI y no fue moderno, sino absolutamente moderno, como Hölderlin y Rimbaud. La libertad pasa trágicamente por él, por Grecia, por Epicuro... De lo contrario, lo nuestro será un futuro de reses anestesiadas en manos de carniceros.
   ¿Soportaremos el frío de estar a la altura?
   Dicen que la muerte por congelación tal vez sea la muerte más dolorosa.


(*) Vid. Elias Canetti. Masa y poder. Alianza editorial.

7/12/2012

Migajas políticas



  Ser ciudadano de una democracia no consiste en adherirse a un partido, sino en votar las leyes.

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  En una democracia, nadie está moralmente obligado a obedecer una ley si no ha podido participar en su elaboración. Aunque lo decisivo aquí es preguntarse qué ley puede crear una democracia que no haya solicitado la participación de hasta el último de sus ciudadanos.

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  En gran medida, la solución política es una democracia directa y sin jerarquías públicas de hombres y mujeres libres e iguales ante la ley. Pero eso tan claro, casi nadie está dispuesto a aceptarlo, y menos dispuesto aún está a luchar por ello sinceramente, con todas las consecuencias, sin esperar a que otros actúen para hacerlo él mismo.

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  En determinadas coyunturas, el hombre puede verse astringido a decidir entre la sociedad o la libertad. Optando por esta última hará infinitamente más por la primera que cualquier obediente ciudadano.

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  Dadas las circunstancias, toda propuesta política que se precie de ser justa, no solamente legal, pasa, indefectiblemente, por propuestas éticas, es decir, por acciones, conductas y costumbres aplicables ya, aquí y ahora, sin necesidad de decisiones conjuntas o democráticas al respecto, radicalmente éticas, de las cuales cada uno es soberano precisamente porque realizándolas no daña a otro. La política nos iría mejor si cada uno se ocupara más de sí mismo que de los demás; no sólo de sí mismo, pero sí más de sí mismo que de los demás.

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  A los veinte años es muy fácil amar la libertad. Lo difícil es seguir amándola y mantenerse fiel a ella cuando la juventud empieza a ser ya un recuerdo. En esa etapa se diría que los hombres dejan de amar la libertad y que por eso le son infieles. Pero los hombres no pueden dejar de amar la libertad, aunque le sean infieles; tristemente, siguen amándola y, pese a ello, la traicionan de continuo.

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  El único límite de la libertad estriba en que nunca puede ser absoluta porque es inabarcable. No se impone, sino que vive, a pesar del poder.



7/11/2012

La muerte como hecho doble


Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte,
y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida.
Spinoza
Sin la muerte, difícilmente se habría filosofado.
Schopenhauer


  Es evidente que los hombres mueren.
  Cabe pensar que un niño empieza a dejar de serlo cuando aprende eso. Que también viven lo descubre a continuación. En medio del silencio y la oscuridad de la noche, a solas consigo, el niño recuerda lo que oyó de labios de algún adulto: “Yo también moriré” –se dice, y, como es audaz (*), piensa: “aunque, si muero, es que estoy vivo”. Una vez ha visto morir a alguien, una vez la muerte se le ha hecho presente, cae en la cuenta de que sucesos tan misteriosos ocurren sencillamente porque se vive.
  El binomio vida-muerte es un hecho sumamente extraño, un hecho doble, que se sustrae a la lógica revelándonos que lo que es, no es.
  Sin embargo, una cosa es esa verdad tangible -que los hombres mueren- que el niño ha comprobado con sus propios ojos, y otra muy distinta la que los adultos le han dicho enseguida: que también él morirá. Entre ambas, subrepticiamente, ha hecho aparición el tiempo.
  La muerte se le ha hecho presente y el niño ha preguntado “¿qué es esto?”. Los adultos, probablemente espantados, se han apresurado a asegurarle que también a él le tocará, lo cual es comprensible, puesto que si la respuesta eludiera ese extremo, el niño podría quedarse en que un hombre concreto, tal hombre, Fulano, ha muerto y punto, sin pensar necesariamente que la muerte también va con él. Podrá incluso averiguar que otros mueren, que los otros mueren, pero si no se le dice expresamente, el niño no tiene por qué pensar que va a morir. Entre otras razones porque él preguntó por la muerte, no por el tiempo. Pero ya ha curioseado y, de repente, como si un hecho doble fuera poco, le cuelan, además, futuro.
  Esto abre grietas abismales por debajo de la fe, el saber y la duda. La experiencia nos enseña que los hombres mueren; que otro, el otro, los otros, mueren, y que sólo con mala fe cabe negarlo. En cambio, la certeza sobre la propia muerte no puede sostenerse sino en una mera creencia, puesto que si uno no está dispuesto a creer, si exige experimentar algo para poder afirmarlo, el único medio de que dispone para probar su propia muerte es el suicidio. Sólo suicidándose demuestra uno que también la propia muerte es verdad.
  Con todo, entretanto uno no muere, la muerte permanece fuera de su experiencia, así que nada prueba. Y si ya ha muerto, o bien deja de sentir, de manera que no experimenta ni su muerte ni su vida, o bien sucede cualquier otra cosa imposible de averiguar, pues, comoquiera, quien muere deja de comunicarse, de modo que su muerte sólo puede ser comprobada por los que viven aún, en cuyo caso es, de nuevo, la muerte de otro.
  El único de quien podemos afirmar a ciencia cierta, siempre, que muere, es otro.
  El binomio vida-muerte constituye un hecho doble hasta tal punto que la propia muerte -la muerte de uno, mi muerte- sólo es cierta en tanto uno mismo, yo, sea también otro. Por tanto, utilizar el concepto de identidad -algo que jamás puede ser sino lo que es- para referirse a los hombres, constituye un error, puesto que resulta evidente que los hombres mueren. La identidad puede referirnos lo ya muerto o lo que no vive aún, pero con la vida no tiene nada que ver. Lo que vive es ajeno a identidades, ya que muere, y, entonces, inexorablemente, es otro.


(*) ¿Qué niño no es audaz, qué niño teme?

7/09/2012

Algunas clases de tontos (III)


  La tonta:

  Apenas hay palabras para describir a la tonta. La tonta es inefable, abundante e inconcusa.


  Quien se hace el tonto:

  Hacerse el tonto es una forma de defensa arraigada en el ser humano cuando una situación le infunde miedo. Y es que el miedo atonta, irremediablemente. De hecho, uno de los mayores peligros que se corre en este caso -y en no pocas situaciones el miedo nos asalta tentándonos a pasar por tontos-, es hacerlo demasiado bien, ya que entonces se tiende al acomodo y la tontería acaba por enseñorearse de todo.


  El sincero:

  Este sabe de su tontuna, y que también la sinceridad miente, porque es personal, exclusiva. La sinceridad es la verdad de alguien, su verdad, no necesariamente la verdad. Y el sincero, obstinado en que es imposible callarse del todo, como no encuentra nada mejor, dice lo que piensa, y, así, se coloca siempre ante el abismo del error.


  El silencioso:

  Este no está aún libre de la tontería, pero le queda poco.


  El tonto a medias:

  Este se conforma con ser tonto la mitad de la vida y ver qué pasa en la otra mitad, pero arrastra siempre un lastre muy pesado.


  El maleducado:

  Este no respeta a los demás, probablemente para no tener que respetarse a sí mismo. Como Borges, comete "el peor de los pecados que un hombre puede cometer", pero no porque no sea feliz, sino porque ahuyenta de su lado cualquier forma de amistad.


  El hipócrita (o falso cínico):

  Este desprecia a los hombres, pero no se separa de ellos ni se atreve a ladrarles, de manera que, ante él, la buena fe se verá siempre traicionada e inerme. No puede haber nada más dañino para quienes intentan ser honrados, para quienes todavía no han claudicado y por lo menos lo intentan. Sin embargo, casi más odioso es contemplar cómo el hipócrita, al reivindicar sus derechos con el argumento de que "sin hipocresía la convivencia resulta insoportable", mancilla grotescamente la memoria de Diógenes. Porque tal cosa sólo ocurre si hablamos de convivencia entre cínicos, ¿y qué cínico reclamaría el derecho a una convivencia soportable?

7/07/2012

Algunas clases de tontos (II)


  El tonto que conoce su tontería:

  Este puede llegar a sabio.


  El tonto que ignora su tontería:

  Aparte de insulso hasta causar sopor, este resulta molestísimo; te mete en líos sin parar. Es preciso permanecer en guardia contra él, lo cual no resulta muy complicado: basta con mantenerse a la debida distancia. Esta clase de tonto es en ocasiones inocente en extremo, así que suele reconocer a quienes se portan con él con benevolencia, aunque ello no garantiza que el tonto en cuestión vaya a agradecerlo cuando se vea en dificultades, antes al contrario, ya que, dadas sus escasas luces, tiene muy mala memoria.


  El tonto que se cree inteligente:

  O que se cree “muy listo”, según su propia terminología. Este es más difícil de sortear, pues se comporta con frecuencia de forma cobarde y pusilánime. Se autoengaña de continuo y no duda en recurrir a la delación o a la mentira ante el menor apuro. Es falso de pies a cabeza. Con él no parece suficiente mantener distancias. Es forzoso lidiarlo de vez en vez; incluso, llegado el caso, dejarlo en ridículo o hacerse respetar contestándole oportunamente con un exabrupto. Esta clase de tonto habla de fútbol y juega a lotería en cuanto se le presenta la oportunidad. En política es voluble: va hacia donde sople el viento, arrimándose al sol que más calienta.


  El tonto que se cree inteligente y, además, está revestido de alguna clase de autoridad:

  Este es el más peligroso de todos. Con frecuencia es un tonto de la clase anterior venido a más. Su creencia ha sido confirmada por el poder, por tanto, es prácticamente imposible que subsane su error. Suele ser violento y, a menudo, cruel, puesto que no concibe las relaciones en pie de igualdad: aunque no exista un motivo, a la menor ocasión pondrá de relieve los errores de quienes han de obedecerle, que sufrirán sin cesar toda clase de acusaciones y abusos por su parte. Necesita pisotear y humillar a otros, de lo contrario cree que es él quien está siendo pisoteado y humillado.


  El tonto que se cree inteligente y, además, exige ser revestido de alguna clase de poder, tratado como una gran autoridad y que se le rinda pleitesía, aunque no ostente poder alguno debido a su vanidad, que le impidió doblegarse cuando tal vez ese poder podía haberle sido conferido, pues sabido es que para disfrutar de algún poder resulta imprescindible someterse previamente. Esta clase de tonto observa como una gran deferencia que se le debe el hecho de contemplar la voluntaria humillación de los demás ante su persona; está, por tanto, frustrado de continuo, pues eso que él tanto espera, no acontece casi nunca.


7/05/2012

Algunas clases de tontos (I)


  El tonto de remate:

  Este aporta la dimensión cómica de la tragedia. La tragedia incluye una dimensión cómica; en su consumación, en vida, es tragicomedia. El tonto de remate dice gol, por ejemplo, o cualquier otra cosa que exprese ese carácter fatal, irremediable de la tontería, que fuerza a la compasión y ya no enfada, ante el cual sólo es inteligente reír.
  El frívolo lo tendría harto difícil sin esta clase de tonto.


  El frívolo:

  Se dirá que frivolidad y estulticia nada tienen que ver entre sí, e incluso que aquella requiere de cierta brillantez intelectual, puesto que el frívolo se divierte, mientras que el tonto aburre (y se aburre) mortalmente. Pero si se observa de cerca, la frivolidad más parece la forma suprema de tontería, pues una cosa es divertirse y otra muy diferente convertirlo todo en diversión.
  El frívolo cree que juega, pero no es cierto, pues ríe siempre, es decir, que, aparentemente, nunca pierde. ¿Y qué juego es ése donde no ha lugar la derrota? Quien así juega, hace trampas. En el juego se está de continuo expuesto al fracaso, más aún: tanta es la tontería del hombre, que se fracasa casi siempre. Pero esto no desmerece en absoluto al juego, cuya virtud reside en que, jugando, el hombre aprende a perder. Porque el juego no es medio, sino fin por entero. No sirve a la diversión, sino que es en sí mismo el soberano que más libre, intensa y verdaderamente hace vivir, aunque sea en perpetua vulnerabilidad ante los peligros.
  El frívolo olvida que, como advirtió Casanova, “un tonto es lo más peligroso del mundo”. Pretende sacar tajada sean cuales sean las circunstancias. A simple vista, da muestras de cierto ingenio, sin embargo, por cuanto se toma todo a broma excepto su propia diversión -que encara con patética severidad-, se halla inmerso en el trance más desesperado que pueda imaginarse. Sabiendo de la irrupción aniquiladora de la tontería, que de todo se adueña y a cada paso con mayor pujanza, actúa como si esto no encerrase un escollo para su alegría; y ríe, ríe sin parar, con una risa estrepitosa, a grandes carcajadas, deformadas las facciones del rostro, creyendo obcecado que risa y alegría son intercambiables, seguro de su superioridad.
  Pero no, la alegría no es cosa de risa. Es trágica. Y el frívolo, que tiene suficiente lucidez para ver la tragedia que encierra el dominio totalitario de la estupidez sobre la vida humana, debido al cual él ha optado por divertirse invariablemente, niega sin embargo que ello pueda suponer un problema, se niega a hacerle frente, se niega, por tanto, a perseguir la sabiduría. Tal vez intuye que entablar esa partida, jugar de veras el juego, le acarreará inexorablemente la derrota. Y esto no lo consiente el frívolo, que prefiere mil veces ahogarse entre muecas decadentes antes que asumir la tragedia, antes que arriesgarse a jugar y perder, y menos aún a perder con alegría, como esos enemigos insobornables de la tontuna que caen sin cesar entretanto el frívolo se divierte con el espectáculo, heridos de muerte ante ella, tontos obstinados en rebelarse contra su ignominiosa condición, a los que su propia tontería no les hace ninguna gracia.

7/03/2012

Fractales


  Veo la urdimbre inconmensurable de relaciones en que me desenvuelvo, tanto individual como políticamente considerado. Mi familia, mis amigos y conocidos, la lengua en que me expreso y que entiendo, los partidos a los que no voto, las religiones en las que no creo, las ideas que no comparto, lo que como y lo que bebo, la mar fulgiendo como un espejo de plata en el horizonte y este calor intenso de todos los veranos, las costumbres que he adoptado, como leer filosofía, madrugar, ducharme a diario, trabajar cinco días a la semana o fumar una o dos pipas de kif de cuando en cuando, las experiencias que he pasado... Recuerdos que una y otra vez vuelven, cada vez con mayor fuerza. Toda la juventud ya en el recuerdo ¡y aun así más viva que nunca! Me veo plenamente consciente de mi juventud y, como siempre, el conocimiento llega después de lo que hubiera deseado.
  Veo que, asímismo, mi familia, mis amigos, mis conocidos, mis desconocidos, y todo bicho viviente contemporáneo o pretérito, se hallan o se han hallado inmersos en amalgamas comparables a la que me afecta a mí, con algunos puntos o incluso ramificaciones en común entre ellas pero originales en casi todo lo demás, siempre nuevas, como fractales.
  Al fin veo eso que quizá en pos de una hipotética objetividad -la cual no deja en el fondo de ser mera asepsia y, por tanto, relación superficial con aquello de que trata- algunos denominan entorno o red sociales; y que dichas perspectivas casi nunca tienen en cuenta aspectos como el clima, la alimentación, la lengua, las costumbres, los pensamientos y las vivencias de cada cual, fijándose fundamentalmente en parámetros económicos y de integración social para establecer esta o aquella visión de la realidad.
  Entorno… red… como si además de rodearlo, no lo traspasara todo eso a uno... ¡Pues también se es entorno y red!, ¡piedra y centro arrojados al mar!
  El viento azota los pinos afuera. Y cuanto más claro lo veo, más complejo se me aparece el mundo. En sabiduría no hemos progresado desde Heráclito. Hegel, que es filósofo, escribe una nota inmensa al pie de Heráclito. Parece que describa ese pie humano con el que el Oscuro midió el sol.


7/01/2012

Dudar o temblar


     ¿No son dudas también esos temblores insondables de la incertidumbre que ante el amor, la muerte, el dolor, la belleza, el arte y tantas otras experiencias significativas de la vida, asaltan el pensamiento y lo estremecen, como si trataran de succionarnos? ¿No son ellos, que lo niegan todo y van sumándose, las verdaderas dudas?
     Sin embargo, afirmar que se siente el vértigo de temblores insondables resulta de mal tono. Tan de mal tono como negar que se alberguen dudas. Y así, se duda sólo hasta ciertos límites. De manera que, por lo general, la duda no guía el pensamiento, sino que el pensamiento se sirve de la duda cuando algo no se ajusta a su visión.
     ¿En tales circunstancias, no es la duda únicamente un útil de la fe?
     Cabe sospechar de la duda hasta el punto de que resulte preferible hablar de temblores insondables de la incertidumbre, pero no de dudas. Para que nadie se llame a engaño y porque, de ese modo, quizá contribuimos a que la duda recupere su rango en el entendimiento humano.