En Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica), Ramón Gaya siente el
arte de una forma absolutamente radical. A su juicio, el arte no es
eso en torno a lo cual merodean los entendidos, puesto que el
arte no puede entenderse. No es algo sobre lo que
emitir un veredicto, no puede ser objetivado ni analizado ni
clasificado. Tales actividades, propias del crítico, resultan
artificiales, un postizo que se le endosa al arte, y no hacen sino
alejarnos de la verdad del arte. Conducen a un malentendido, a una
confusión acerca de lo que es el arte. Todo lo más, el crítico, el
hombre moderno, habla de cultura.
Gaya sostiene que el arte ha de
comprenderse, que ha de aprehenderse con el cuerpo,
con todo el ser del hombre común, del hombre pleno de salud,
inocente, silvestre, -el superhombre común-, intuitivamente,
sin la mediación de crítica ni doctrina ni academia ningunas.
Porque el arte pone de manifiesto un venero subterráneo que escapa incluso al control de su coyuntural creador. Es una expresión
de la divina naturaleza; antes que a un individuo concreto,
pertenece al pueblo. Si pudiera entenderse o explicarse, no sería. El arte es, precisamente, por esa incapacidad del hombre
de entender o explicar el misterio de la vida.
En Velázquez, pájaro
solitario, Gaya se pregunta a propósito del creador de Las
Meninas. Gaya conoce bien la pintura del sevillano, ha estudiado a
fondo sus cuadros, los ha copiado. Pero sin encontrarles ninguna
característica particular, definitoria. Velázquez se escabulle,
vuela solitario y silencioso, independiente del espectador, porque no
pinta cuadros en sentido estricto, sino que ha creado criaturas de
aire, vivas, que bien podrían empezar a moverse o a hablar
en cuanto volviésemos la cabeza, irse incluso del supuesto cuadro.
Velázquez ha experimentado, ha visto en la vida Algo,
ese algo intenso e inapresable que nos transmite con su pincel. Según Gaya, nada
pone suyo: Diego de Silva y Velázquez -andaluz un tantico
portugués-, carece de relevancia; la vida que nos
muestra es lo importante, él sólo intenta revelarla sin interferir,
abriéndola piadosamente a su ser libre. No es su tiempo, ni el
color, ni la composición, no es un cuadro lo que nos
participa Velázquez, sino la Vida en su constante fluir, más allá
del arte.
[Ramón Gaya. Obra completa. Ed. Pre-Textos, 2010.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario