El
tonto que conoce su tontería:
Este puede llegar a sabio.
El
tonto que ignora su tontería:
Aparte de insulso hasta causar
sopor, este resulta molestísimo; te mete en líos sin parar. Es
preciso permanecer en guardia contra él, lo cual no resulta muy
complicado: basta con mantenerse a la debida distancia. Esta clase de
tonto es en ocasiones inocente en extremo, así que suele reconocer a
quienes se portan con él con benevolencia, aunque ello no garantiza
que el tonto en cuestión vaya a agradecerlo cuando se vea en
dificultades, antes al contrario, ya que, dadas sus escasas luces,
tiene muy mala memoria.
El
tonto que se cree inteligente:
O que se cree “muy listo”, según
su propia terminología. Este es más difícil de sortear, pues se
comporta con frecuencia de forma cobarde y pusilánime. Se autoengaña
de continuo y no duda en recurrir a la delación o a la mentira ante
el menor apuro. Es falso de pies a cabeza. Con él no parece
suficiente mantener distancias. Es forzoso lidiarlo de vez en vez; incluso, llegado el caso, dejarlo en
ridículo o hacerse respetar contestándole oportunamente con un
exabrupto. Esta clase de tonto habla de fútbol y juega a lotería en
cuanto se le presenta la oportunidad. En política es voluble: va
hacia donde sople el viento, arrimándose al sol que más calienta.
El
tonto que se cree inteligente y, además, está revestido de alguna
clase de autoridad:
Este es el más peligroso de todos. Con
frecuencia es un tonto de la clase anterior venido a más. Su
creencia ha sido confirmada por el poder, por tanto, es prácticamente
imposible que subsane su error. Suele ser violento y, a menudo,
cruel, puesto que no concibe las relaciones en pie de igualdad:
aunque no exista un motivo, a la menor ocasión pondrá de relieve
los errores de quienes han de obedecerle, que sufrirán sin cesar
toda clase de acusaciones y abusos por su parte. Necesita pisotear y
humillar a otros, de lo contrario cree que es él quien está siendo
pisoteado y humillado.
El
tonto que se cree inteligente y, además, exige ser revestido de
alguna clase de poder, tratado como una gran autoridad y que se le
rinda pleitesía, aunque no ostente poder alguno debido a su vanidad,
que le impidió doblegarse cuando tal vez ese poder podía haberle
sido conferido, pues sabido es que para disfrutar de algún poder
resulta imprescindible someterse previamente. Esta clase de tonto
observa como una gran deferencia que se le debe el hecho de
contemplar la voluntaria humillación de los demás ante su persona;
está, por tanto, frustrado de continuo, pues eso que él tanto
espera, no acontece casi nunca.
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