Auto
de fe. Esta es la historia
de un hombre-libro. Peter Kien, “el mayor sinólogo vivo”, pasa
los días traduciendo y reconstruyendo manuscritos orientales,
obnubilado por los 25000 volúmenes de su biblioteca. La vida social
se le antoja una pérdida de tiempo; los hombres sólo le inspiran
desprecio. Kien vive para la Ciencia. Pese a todo, Teresa, su ama de
llaves, conquista su confianza y Kien se casa con ella, accediendo al
mundo burgués. Sin embargo, su rígida razón le impide
desenvolverse en esa nueva vida llena de ambigüedades. Su trabajo
queda reducido al mínimo, y su soledad se puebla de personajes
extraños. Pero Kien será incapaz de comunicarse con ellos, será
incapaz incluso de advertir esa imposibilidad, de forma que las
circunstancias lo arrastrarán a una espiral de malentendidos sin
retorno. Auto de fe huye de toda complacencia, es un libro
desgarrador, incómodo. Arroja luz a un mundo desintegrado a través
de un personaje desintegrado. Arremete contra los excesos de la razón
abstracta y de la ciencia, que fracasan en su intento de ordenar el
mundo, ajenas a lo que el mundo en verdad es. Pero también denuncia
ese mundo dominado por la inercia de las masas, cuyo resultado es la
degradación del lenguaje y donde, por tanto, la persona singular
está indefensa.
Las
voces de Marrakesch. A
partir de una serie de estampas que evocan un viaje realizado en
1954, Canetti describe la vida en esta ciudad marroquí. Antes de su
estancia, el autor descartó la posibilidad de aprender árabe o bereber. “Quería que los
sonidos me llegaran tal y como eran, sin debilitarlos con ningún
conocimiento artificioso e insuficiente”. El resultado
es un cuaderno de recuerdos que en efecto logra transmitir toda la
sensualidad de esa música, en el que la curiosidad y la fascinación
del viajero se ven espoleadas de continuo. La mirada del occidental
se posa sobre ese paisaje desconocido y sus gentes ávida, inocente,
aunque en ocasiones le cueste comprender y constate asombrado que lo
único exótico e inexplicable allí es él.
El
testigo oidor. Este curioso
juego literario se sitúa entre la sátira moral y el análisis
psicológico. Canetti se inventa cincuenta caracteres distintos,
todos ellos exagerados, y los retrata con marcado humor. Un amplio
catálogo de vicios es sometido a escrutinio en estas páginas, que
suscitan una continua sonrisa y donde el lector reconocerá puntuales
reflejos de la vida cotidiana, incluso de sí mismo. El testigo
oidor sugiere el conocimiento de la realidad mediante ficciones
desmesuradas. Así, la realidad aparece como un grotesco desfile de
flaquezas humanas que sólo puede sobrellevarse desde una ironía sin
fisuras.
[Elias Canetti. Obras
completas, III. La escuela del buen oír.
Traducción de Juan José del Solar.
Ed. Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores, 2003.]
Traducción de Juan José del Solar.
Ed. Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores, 2003.]
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