Adopté una gata hace dos meses. Tiene
diez años. Yo la llamo Juna, de viejuna. Es gris, con el pelo largo
y frondoso y unos grandes ojos verdes de cambiantes pupilas que
atraviesan lo que
ven, destacándose fijos desde su pequeña
cabeza. Suele andar encorvada, tumbándose por los rincones o en la
terraza. Le gusta afilarse las uñas en mi regazo y en mi pecho. En
cuanto me siento, se aproxima con sigilo, se sube encima de mi y me
clava lenta y despiadadamente las uñas, gozando a todas luces. No me
deja leer ni fumar sin antes reclamar atención a sus deseos. Come
con buen apetito y duerme de manera envidiable, lo mismo o más de lo
que permanece
despierta.
Se ha escrito mucho y de maravilla
sobre los gatos. Poe, Baudelaire, Borges, Burroughs... La
bibliografía es inmensa y altamente recomendable, aunque
a veces la fantasía los envuelva en peripecias probablemente
indiferentes para ellos, que
se ocupan de cosas tan sencillas. Y, sin embargo, la fascinación
obliga a insistir.
Juna... esa calma silenciosa con que se expresa la quisiera uno para sí, la ausencia de temor, la aceptación, la dulzura, el asombroso encanto natural y la precisión de sus movimientos, la determinación, el eco remoto de antiguos tigres...
Juna... esa calma silenciosa con que se expresa la quisiera uno para sí, la ausencia de temor, la aceptación, la dulzura, el asombroso encanto natural y la precisión de sus movimientos, la determinación, el eco remoto de antiguos tigres...
Ignoro qué
habrá de depararnos el futuro y a ella no parece importarle, lo cual
resulta extremadamente tranquilizador.
Publicado en La Opinión de Murcia, 7/11/2013.
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