12/26/2012

Policía y locura


La policía... ¿qué puede pensarse de un estamento cuyos perros son yonquis?

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El criminal más hábil puede ser asimismo un habilísimo policía, y viceversa.

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Da la impresión de que para erradicar la ilegalidad, la Seguridad del Estado se comporta a menudo ilegalmente. De manera que cabe preguntarse hasta qué punto no es ella la responsable principal de esa ilegalidad que combate. Sobre todo a la vista de sus probadas corruptelas y de la escasa eficacia que demuestra en su misión, la cual -como en el caso de las drogas prohibidas y la violencia arbitraria contra los peatones- resulta a veces indiscernible de la barbarie.

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La realidad es un delirio compartido, hasta los sueños de un policía encierran más verdad que todo eso.

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Un método infalible para distinguir la realidad consiste en haber enloquecido alguna vez. Después de que uno ha experimentado en carne propia la pérdida o inhibición de las convenciones -eso que la terminología psiquiátrica confunde y denomina «delirios»-, lo real se torna inequívoco. El único inconveniente reside en que, tras ese viaje, la realidad pierde toda importancia.

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Cervantes muestra en El Licenciado Vidriera que el loco, al asumir el lenguaje desde un lugar absolutamente propio, ajeno a las convenciones, sólo puede expresarse de forma comprensible y comunicar mediante aforismos.

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La psiquiatría trata de eliminar la locura. Pero tal pretensión, a la vista del comportamiento de los hombres, no parece muy realista, y, si fuera imposible -de lo cual tiene toda la pinta-, habiendo como hay infinidad de acciones posibles, sería en sí misma una locura, y locura en el sentido de obsesión destructora. Por eso quizá fuera conveniente tratar de dar luz a la locura, (en vez de obstinarse en suprimirla), pues de esa forma bien pudiera ocurrir que la locura desapareciese sola.

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Lectura de Leopoldo María Panero.- La locura ocurre donde una cabeza explota. Pero hay cabezas que explotan para horror y escándalo de las gentes, como las de los poetas, y otras que lo hacen para su adhesión y tortura, como las de los que gobiernan.

12/17/2012

Mirando al suelo, de Franki Béjar



  Sería de agradecer y celebrar que Mirando al suelo, de Francisco Béjar Galera, se abriese camino entre los lectores. Personalmente, me ha alegrado mucho descubrir esta novela negra.
  Tiago y el Alergias, amigos inseparables y a veces indiscernibles que deambulan por Murcia traficando con cocaína, viven su ajetreada existencia rodeados de basura lo más honradamente posible, pero el curso de sus negocios los envuelve, entre otras peripecias, en el oscuro episodio protagonizado por un postmoderno Consejero regional de Cultura apalizado en misteriosas circunstancias. Mediante esta ficción anclada en lo real, Franki Béjar plantea una crítica social y política desde la perspectiva del materialismo filosófico y la lucha de clases, pintando con soltura, acierto, coraje y poesía paisaje y paisanaje. Dice Franki que el Carvalho de Vázquez Montalbán es una de sus influencias. Leopoldo Mª Panero y L. F. Cèline son otros autores a los que apunta. En mi opinión, cabe pensar que también La fea burguesía de Miguel Espinosa ilumina su análisis. Sin embargo, la novela no se pierde en literaturas, sino que indaga y experimenta la sensualidad de lo físico con acción, en su misma verbalidad, apegada al mundo que describe sin eludir su carácter barroco. Cuenta historias de barrio, de bares, de la huerta, de amores perros y de personajes entrecruzados con marcado sentido del humor, suscitando pasmo, ternura o rechazo y poniendo de relieve las injusticias, las contradicciones y los disparates de una sociedad desventuradamente sometida al corrompimiento y el poder.




12/11/2012

Jose y yo

 
  -Un poco de higiene -o- Hay que cuidar un poco la higiene -dijo ella. No lo recuerdo bien. En sus pechos veía las motas negras que le habían dejado los restos de mi barba mal afeitada la noche antes, cuando la llamé con una polla por cerebro en la cabeza.
  Lo asombroso es que hubiera contestado por la mañana, y que a mi todavía achispado ofrecimiento de venir a comer hubiese respondido que sí, y que lo dijera además sin dejar lugar a dudas ni llamarse a engaño.
  “Si cambias lo de horror por sexo, ni me lo pienso” –fue su respuesta al sms que le envié.
  Y yo, sin embargo, impaciente, consciente de que no iba a ser aquello sino la enésima prueba de que nuestros polvos apenas tenían ya significado, de que habíamos reducido su sentido al de una mera satisfacción fisiológica que en absoluto podía considerarse satisfactoria, antes al contrario.
  Una y otra vez incurría en errores similares, quizá era el alcohol lo que me mantenía apegado a querencias fuera de moda, o inactuales, como me gustaba llamarlas, o anticuadas, como otros con más razón que yo dirían, o leer casi exclusivamente a los muertos o vivir como si sólo después de muerto fuera mi vida a ser comprendida por alguien más que no fuese yo, por vete a saber qué jugada del destino que no podía desentrañar tampoco en esa ocasión, porque nunca, jamás podía estar seguro sino de las conjeturas y las divagaciones, éstas, entre la rotundidad de la afirmación y el pudor de la sugerencia, parecían capaces de expresarse más claramente que cualquiera de mis exabruptos de franqueza.
  La ebriedad es eficaz contra la rutina, pero se convierte en una costumbre. Y yo, animal de costumbres, no quería renunciar a las mías. La embriaguez me empujaba a evocaciones gratas. Eterno retorno de lo idéntico me devolvía, nuevas, aquellas sensaciones (otra vez los límites léxicos, ¿qué otra cosa es la vida sino lenguaje impropio?) tantas veces exprimidas del placer, con todo el gusto pasando por los poros. Y cedía. Ah, sí. A sabiendas del desliz imperdonable de la cerveza siguiente, de la décima de más que me obstinaba en apurar. Porque entonces la magia surgía inseparable de hechos reales absolutos como la muerte y la política.
  Cuántas veces, inmerso en situaciones prometedoras junto a mujeres jóvenes y bonitas, al principio de la fiesta, cuando el gozo se paladea en la boca y el cuerpo empieza a sentirse penetrado de turbulencias mentalmente prefiguradas e invocadas pero sólo entonces vívidas, cuántas veces no había tenido al alcance de los dedos cuerpos apabullantes, mediando un poco de prudencia, sólo un poco, y una y otra vez, una sinceridad inútil -que únicamente para mí y sólo relativamente, con los ojos puestos en mi carácter o personalidad o como quiera llamárselo, podía llegar a ser, en último extremo, relevante- me abocaba fatalmente a la torpeza, a presumir que aquel despliegue improvisado de momentánea elocuencia, de gracia, belleza y sabiduría instantáneas (que tal vez solamente yo valoraba), resultaría suficiente para que la mujer joven y bonita de cuyo cuerpo y cuya voz y cuya manera de moverse y beber o trabajar o fumar o reír yo llevara horas imaginando o pensando o conjurando el deseo de enamorarme, me aceptara, y aquella sinceridad inútil, una y otra vez, me hacía desvariar con la más incorrecta de las actitudes.
  Pero Jose había sonreído, quitándose las gafas de sol. Mostrando con timidez mal disimulada la deslumbrante emergencia de sus pezones bajo una blusa de algodón blanco probablemente carísima.
  Llevaba el coño rasurado de la misma forma que los últimos dos años.
  La primera vez que la ví así me chocó.
  -¿Tú también? –le pregunté con sarcasmo.
  -Se llaman ingles brasileñas.
  -¿Por qué? –riéndome, y con un hilo de voz, casi avergonzado- no me gusta… no es bonito.
  Ahora, en cambio, antes de bajarle las bragas ya sabía lo que me iba a encontrar. Y no me sorprendió. Ni a ella mi naturalidad al comerle aquel mismo coño que cinco años antes hubiese hundido mi erección en la más patética flacidez.
  Sólo cuando me quejé confesó que me estaba clavando sus colosales piernas de jugadora de voléibol de metro ochenta en los muslos deliberadamente, para hacerme daño.
  -Algunos son tan imbéciles que dicen que no les molesta –afirmó con seriedad, lo cual me contrarió, porque a mi me molestaba.
  El café –descafeinado para más inri- se había acabado y yo ya no sentía deseo alguno hacia aquellas tetas salpicadas de pequeñas rayas negras procedentes de mi barba. A pesar de toda la gratitud mezclada de cólera que me ardía en el pecho, mi deseo era que se fuera.
  -¿Por qué pierdes el tiempo? –hubiera querido que descifrara sin dolor en mis ojos. Porque amarme ni me hacía a mi mejor ni a ella. Era, nuevamente, una especie de costumbre. Y nosotros, animales de costumbres equivocadas, volvíamos, andado el tiempo, por aburrimiento, por la derrota constante de todos los días que nos empeñamos en negar especulando con que quizá a veces uno, de verdad, vive, Jose y yo, volvíamos a caer en ella, a practicarla, a revivirla en medio del caos.
 
*****
 
  -“¿Llevo vino?” –preguntó su sms.
  Me acordé de Li Bo y de Omar Jayyam y pensé que sí. Por supuesto, vino. Al menos esa noche, me mantenía sobrio. No había probado ni gota en toda la semana. Y sin que me costara gran esfuerzo. Después de la última depresión, lo que menos me había apetecido era oler siquiera ningún mejunje alcohólico.
  Aunque si empezaba a beber con ella quizá fuera distinto.
  -“Barro seremos en manos de alfarero” –le respondí.
  Poco más tarde, Jose apareció en la puerta con el pelo largo y castaño cayéndole en los hombros y la espalda como una cascada de ondulaciones mareantes. Llevaba la botella en la mano y el bolso lleno de cosas, como pude comprobar en cuanto entró, lo puso encima del sofá y empezó a sacar de dentro tabaco, el teléfono, un bote grande de cristal hasta arriba de marihuana y una caja de condones.
  Entonces me miró como si estuviera riéndose.
  -¿Cenamos primero o vamos directos a la cama? –deliré que me preguntaba.
  Nuestros ritmos diferían invariablemente. Ella esperaba mientras que yo trataba de ir lo más deprisa posible, lo cual me exigía, sobre todo, permanecer en calma.
  En sus labios se insinuaba una sonrisa tras la que asomaban en fila los dientes blancos y brillantes. Me giré hacia la mesa dispuesta en el comedor, con una pizza de atún y verduras humeando en el centro, y cogí el vino.
  Esta vez sí, la música iba a servir de ayuda. Antes de que llegara, había dejado sonando adrede en el ordenador una de mis listas favoritas: dj aleatorio. De modo que, por algún sitio, la cosa saldría bien. No iba a ser difícil darse cuenta. A veces salía bien.
  El jardín le gustó más de noche. La vieja buganvilla seguía cuajada de flores moradas y las ramas de las palmeras proyectaban sus sombras en la hierba alrededor de hibiscos y rosales.
  -No sería mala idea bailar –dije.
  Entré un momento a la casa, me puse una chaqueta y regresé al frío de fuera con la copa de vino en la mano.
  Jose se había arrancado a cantar:
 
Puedo hacer lo que quiera
 
  La abracé tan fuerte que sentí su risa alegrándome por dentro. Besé su cuello, sus dedos, su boca, todos y cada uno de aquellos dientes duros y cortantes… la boca de húmedos labios abiertos, su lengua dulce como la pulpa de un dátil, el hueso en el cielo de su paladar.

11/23/2012

Un día en Delfos




Atenas, 26 de octubre de 2000

  En la habitación del albergue, calle Victor Hugo, con dos checos y Pek, el koreano. Ayer, en lugar de los checos había un surafricano y un turco. Esperan impacientes que apague la luz. Pero no se puede impedir a la oruga que hile.
  Esta mañana me levanté con la aurora, cogí un tren y llegué a Levadia, allí dos horas o más esperando: he conocido a Francesca, una joven italiana que me aseguraba tarea imposible ir a Delfos desde Atenas y retornar en la misma jornada. El autobús no llegaba, así que he empezado a dudar, se hacía tarde y no parecía posible regresar a tiempo para tomar el tren de vuelta. Finalmente, el autobús a Delfos se ha presentado; ignorando si podría volver, he subido. Al llegar, he sabido que sí era posible. Como dice Atenea en el poema: “si el hombre es audaz más fortuna consigue en su empresa cuando quiere triunfar, sobre todo si es un extranjero”.
  Delfos me ha estremecido. El templo de Apolo se halla en la falda del monte Parnaso, donde se divisa un hermoso valle, anchuroso y fértil. El sol brillaba en su cénit, los abejorros zumbaban, pinos, cipreses, umbríos recodos donde sentarse a contemplar el milagro constante de la naturaleza. En el templo, he rezado al dios para que de prudencia a mis excesos; también Dioniso, dicen, durmió entre aquellas columnas.
  He escrito las notas correspondientes al día de ayer y una postal a J.P.L. contándole lo de los abejorros, que según la física, por el tamaño de sus alas y su peso, no podrían volar; pero como los abejorros esto lo ignoran, sin embargo, vuelan.
  Y he caminado, trepando, bajando riscos lleno de alegría, escribiendo, bebiendo en las frescas fuentes, como si pasara un rito de purificación. En el santuario de Atenea le he pedido inteligencia. Y me he marchado sintiendo una gratitud inmensa por estar vivo. No es fácil ir y volver a Delfos en un día desde Atenas. Los autobuses griegos son imprevisibles, lentos, impuntuales; aunque un poco menos, los trenes igual; los paisanos no prodigan amabilidad precisamente, parecen  “asustados de que los examines”, como ha señalado Francesca, y sin embargo, yo, hoy no he tenido otra opción que tratarlos una y otra vez, cuando uno está en territorio extraño ha de preguntar a cuantos encuentre para saciar su curiosidad.
  El museo arqueológico de Delfos me ha impresionado tanto o más que el de Nápoles. Había allí una estatua de un anciano, probablemente un filósofo, rezaba la cartela. Apenas la he visto aparecer, he presentido que aquel viejo barbado y calvo era Sócrates; luego he cruzado a la sala del auriga.
  Nada me ha augurado el oráculo en Delfos. Supongo que no estoy lo suficientemente abierto a las dimensiones telúricas de la naturaleza. Comoquiera, prefiero no conocer el futuro, prefiero que mi futuro sea obra mía, que no exista más destino que el azar. El destino acontece donde azar, necesidad y libertad confluyen.
  Pek acaba de mirarme con elocuencia y tiene razón. Es tarde y estoy cansado. No obstante, escribiría durante horas.
  Otra curiosidad: entre Delfos y Levadia, un pueblo llamado Karakolithos me ha recordado de nuevo al bueno de Ártur; el caracol es uno de sus tótems. Le echo de menos. Como dice Alcinoo en el poema: “Nunca es inferior a un hermano un amigo prudente”.

11/14/2012

Ojos y respiración


  "Broch era muy reservado y, como he dicho, producía la impresión de ser un hombre inseguro. Absorbía cualquier cosa sobre la que su mirada cayese, pero el ritmo de esa absorción no era el ritmo de deglutir, sino el de aspirar. Él no chocaba contra nada, todo seguía igual que antes, inmodificado, y conservaba su especial aura de aire. Parecía acoger dentro de sí las cosas más dispares para protegerlas. Desconfiaba de las prédicas vehementes, y por muy bien intencionado que fuese el propósito con que se enunciasen, siempre sospechaba que ocultaban algo malo. Más allá del bien y del mal no había para él nada, y el hecho de que, desde la primera frase, hiciese profesión de una actitud responsable y no se avergonzase de ella, le ganó mis simpatías. Esa actitud responsable se manifestaba también en la reserva de sus juicios, en lo que antes he llamado su forma «entrecortada» de hablar, de bloquearse, en cierto modo."

Elias Canetti. El juego de ojos. Historia de una vida 1931-1937
Traducción de Andrés Sánchez Pascual

11/02/2012

Por no gobernarse, luchan

 

  En España hay lugares, hombres y mujeres admirables. Pero el tono general -a mi juicio- es de chiste trágico, un esperpento. Los españoles son héroes negadores del heroísmo, infinitamente hambrientos y serviles. Luchan por no gobernarse. Obedecen. Creen. Apenas leen y no viajan, menos aún por el interior; salvo los músicos de carretera y manta y los de la España gris, los inciertos. Acechan con torpeza a las heroicas españolas, heroínas puras de paz esquiva. Las playas griegas en Almería. Velázquez. Mientras curas y reyes y corruptos a su servicio, la canalla de sierpes, exprime y humilla a todos de nasciturus a cadáver.

10/16/2012

Colegio


  El colegio, cercado por las alambradas, parece una jaula durante el recreo. Hay griterío de niños que juegan, descansan de su encierro en las aulas del mastodonte de ladrillo rojo. Entran en los baños, corren tras la pelota, ríen, saltan, patinan, se juntan en grupos a conversar, tramando amistades y amores, deseos, rivalidades y envidias. Se los ve viviendo sus primeros años ahí, arremolinados bajo las farolas, pisando tierra seca y cemento, y se recuerda la propia infancia sin nostalgia, no muy distinta en el fondo, con las mismas demasiadas horas perdidas en un simulacro.


10/03/2012

Fare Ala



  La cultura como excusa.- Desde una perspectiva biológica, la cultura es, fundamentalmente, innecesaria. Quizás el acto fundacional de la cultura tuvo lugar cuando el animal llamado hombre mató por vez primera a un semejante sin que le resultara imprescindible para mantenerse con vida. De la cultura forman parte tanto La Odisea como la santa inquisición española; acervo de la cultura universal son, en idéntico grado, Las Meninas, la esclavitud y los concursos de televisión. Que la música sea tal vez la expresión más excelsa de la cultura, no disminuye un ápice el carácter igualmente cultural del garrote vil y la silla eléctrica.
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  Hay que llamar a las cosas por su nombre, pero para eso primero hay que llamar a las palabras por su nombre.

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  Para hacer notar que ciertas palabras suelen usarse mal, es más eficaz emplear una estrategia oblicua y, sencillamente, usarlas bien, sin tener que andar a cada momento señalando como inquisidores que en este o aquel punto son utilizadas de manera espúrea.
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  Si hay algo políticamente incorrecto ello tal vez sea, precisamente, el ejercicio del poder político por parte de los seres humanos; algo que tiene más que ver con nuestras acciones que con los lenguajes o símbolos con que las representamos. Y si una cosa sabemos del ser humano en el ejercicio del poder a lo largo de la Historia, es de su inmensa capacidad para realizar desastres. Por eso quizá lo idóneo no consista tanto en seguir experimentando nuevas formas de perpetuar ese dominio como en tratar de repartirlo entre todos al mismo ras para ver si así se disuelve.
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  Podemos buscar un lenguaje más representativo o descriptivo que valorativo, sabiendo, no obstante, que valoramos, que esa búsqueda rara vez ha de ser completa y seguiremos valorando. Pero podemos hacerlo legítimamente si juzgamos nuestras valoraciones con más severidad que ninguna otra cosa.
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  Postpoesía.- Que a los así llamados "poetas" ya no les baste con las palabras para cumplir su tarea, no acontece por insuficiencia de las palabras ante la enésima metamorfosis del mundo, sino porque los así llamados "poetas" han dejado de leer el código penal y, naturalmente, no saben hablar.
 [ Aforismos publicados en los números 9 y 12 del Fanzine Fare Ala. http://fareala.blogspot.com.es/ ]

9/28/2012

Presentación de El laberinto del Albayzín


 
   El próximo Martes, 2 de Octubre, a las 20 h., en el Museo Ramón Gaya de Murcia (Plaza de Santa Catalina, s/n).

  Me acompañarán el filósofo Francisco Jarauta y el pintor Miguel Fructuoso.

  http://www.libertarias.com/index.php?menu=3&op=7&tit=550
  http://www.museoramongaya.es/

9/19/2012

Timocracia, de Claudio Aldaz Casanova

 

  A raíz de una anécdota personal completamente ajena a su trabajo pictórico anterior -montar una heladería junto a dos amigos de la infancia (*) con la finalidad de evitar las servidumbres comerciales del arte-, Claudio Aldaz, sobreponiéndose a sus peores sospechas, empezó a relacionarse estrechamente con bancos, cajas de ahorro y aseguradoras, con abogados y asesores fiscales, con hacienda, la seguridad social, el ayuntamiento y las más peregrinas y recalcitrantes entidades gubernamentales, con compañías de telecomunicaciones y de suministro de energías... relaciones fundamentalmente burocráticas, basadas en documentos -cartas, contratos, notificaciones, facturas, albaranes, tiquets de compra, folletos publicitarios, extractos bancarios, multas- redactados en una jerga infame desde la perspectiva de cualquiera con un mínimo de buena fe.
  Ese archivo es el soporte material que Claudio ha trabajado plásticamente para contar la particular lectura que él hace del mismo. Pues las conclusiones que extrajo de la ominosa empresa no fueron precisamente festivas. Antes al contrario, su relato es el de un encuentro con el MAL con mayúsculas y una lucha en su contra sin posibilidad de justicia, cuyo único recurso es la venganza, la befa y la denuncia sin ambages de los usos y abusos, verbales y de hecho, que los entes citados emplean en su proceder, exprimiendo hasta el paroxismo el lenguaje jurídico con el único fin de extenuar la paciencia del lector/cliente/consumidor, abrumándolo con una logorrea infernal en la forma y en el fondo, pergeñada con turbios galimatías y que jamás coincide con lo que de viva voz se le asegura que dice, puesto que el principio pacta sunt servanda carece hoy día de vigencia y nadie, menos aún un subordinado de tales instancias, se considera obligado a cumplir su palabra; para qué, si puede mentir y mentirse. Lo que importa es la avidez, la codicia. Usura, non homines, rezan varios de los papeles expuestos.
  La indefensión es permanente. Luego de un arduo estudio, los documentos desvelan estar concebidos, además de para minar la entereza del intérprete, para imponerle onerosas cargas que sólo a él le afectan, sin que los mismos supuestos que las motivan sean igualmente aplicables a la entidad de que se trate.
  Es el caso del establecimiento crediticio que grava con recargos la demora en el abono de cuotas. Recargo que el cliente tiene que afrontar a intereses leoninos a partir del primer minuto y que, sin embargo, no vincula al banco ni siquiera cuando éste se retrasa meses en la efectiva entrega de las cantidades pactadas como préstamo. Con la agravante de que las notificaciones de dichas demoras son también cobradas y, en ocasiones, hasta coinciden con felicitaciones de cumpleaños o navidad dirigidas al distinguido cliente por parte del usurero.
  La lectura atenta de una simple factura de agua revela que por el bien en sí apenas se paga un 20% del total, yendo el resto a satisfacer cánones, tasas, impuestos, comisiones, intereses y demás aditamentos innecesarios, útiles únicamente para quienes se lucran gracias a ellos, que nada tienen que ver con lo que uno necesita y quiere pero que le cuelan subrepticiamente a no ser que se resigne a prescindir de ese servicio esencial.
  Por no hablar, por ejemplo, de agosto, el mes de las notificaciones sancionadoras par excellence. Es en plena canícula cuando más meridianamente descubre el incauto la mala fe de los órganos administrativos.

 
  La relación de trapacerías podría llenar bibliotecas. El tríptico Magna sede de la letra pequeña, así como el resto de piezas individuales realizadas sobre soportes análogos -facturas, contratos, notificaciones- a las que indirectamente remite, resume a la perfección este mecanismo perverso mediante el cual el derecho pasa de ser una herramienta orientada a facilitar y regular las transacciones garantizando su seguridad, a convertirse, literalmente, en un instrumento de tortura. Mas no para ambas partes del contrato, sino exclusivamente para la así llamada débil, forzada a financiar la corrupción imperante, los cínicos y siniestros tejemanejes que perpetran la administración y las grandes empresas, aquellas que nunca actúan en igualdad de condiciones con el usuario, sino a través de esa aberración jurídica que constituyen los contratos de adhesión, según los cuales uno, o bien acepta íntegramente cláusulas que sólo un demente aceptaría, o se queda sin agua, sin luz, sin gas, sin teléfono o sin cualesquiera otros bienes y servicios vitales, no ya para desempeñar la más modesta actividad económica, sino para desenvolverse cotidianamente. Desafuero que difícilmente acataría si la educación obligatoria se hubiera tomado la molestia de informarle de ese otro principio jurídico en función del cual, en un contrato, ninguna de las partes puede imponer sus condiciones a la otra.
  De este modo, la víctima, el pardillo, elemento indispensable al mismo tiempo que inane del sistema, derrotado e inerme, toma conciencia del Horror, de su mera condición de alimento del Leviathan, y no puede menos de reconocer con angustia que su esfuerzo, lejos de servirle a él, sirve para sufragar el complejo entramado de corruptelas que se extiende a lo largo y ancho de la sociedad, sobre todo en lo económico o, por mejor decir, en lo dinerómano, ya que semejantes usos de comercio, por insostenibles a fin de cuentas, no denotan excesiva inteligencia económica.
  A través del sarcasmo y el humor negro, la venganza mezcla una estética en ocasiones aparentemente amable e ingenua, no exenta de cierta ligereza a la que contribuyen los materiales -lápiz, bolígrafo y rotulador; acuarela excepcionalmente, a modo de irónico alarde suntuario-, junto a otra más abigarrada y fieramente agresiva, con la que el relato exige vestirse más a menudo y que, para representar al adversario tan grosero como en verdad es y mofarse de él hasta el delirio, apela indistintamente a la iconografía de la cultura televisiva, cinematográfica y arquitectónica, a los periódicos y a la publicidad, a la animalización, a lo grotesco, a la parafernalia del sadomasoquismo y el terrorismo o al papel pautado, a El Bosco y a Picasso; y que, en otro orden, se sirve insistentemente del eslogan, del puro grito desesperado, desnudando con crudeza y brevedad las intenciones ocultas del poder, el masivo proceso de alienación gregaria que la fe del individuo medio (o medio individuo) -semejante a ese rucio que, en pos de la proverbial zanahoria, tira de la estatua de la libertad en el políptico titulado El sueño americano- termina nutriendo inconscientemente y por el cual es a la postre engullido. Porque no hay salida dentro del actual estado de cosas. A lo sumo, resta esta suerte de exorcismo con el que Claudio parece querer probarse a sí mismo que sigue siendo humano, que, a pesar de pertenecer a esa generación llamada X cuya incógnita ha sido finalmente despejada revelándose generación H (por muda e hipotecada), persiste aún en él, después de haber sido sometido a tamañas vejaciones, un vestigio de lucidez y sensibilidad. Es en ese último reducto indestructible donde Claudio Aldaz, "en derrota, nunca en doma" -como decía el poeta, ha encontrado alivio, la fuerza y la creatividad necesarias para construír su Timocracia, este pequeño a la vez que inacabable viaje al fondo de nuestra miseria.

(*) Se da la pintoresca circunstancia de que uno de ellos, agobiado por las responsabilidades empresariales, huyó recién iniciado el negocio y es ahora concejal.


 
 
 [Timocracia, de Claudio Aldaz Casanova se expone en la Asociación La Azotea de Murcia desde el 13 de septiembre de 2012. C./ La Estrella, 2.]
 
Fotos por cortesía de Lola Nieto.

9/05/2012

El más alegre cuando ríe

  Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957) es un escritor descomunal. Cioran parece un histrión vacuo comparado con el pesimismo que rezuman A este lado (Pamiela, 1993), Paisaje con fisuras (Pre-Textos, 1999), Los días de enmedio (Destino, 2002) o Historia de las malas ideas (Destino, 2003); Schopenhauer, una plañidera neurótica. El cinismo de Gil Bera es estoico, una disección de la estupidez y la crueldad humanas enraizada en los más antiguos estratos materiales, que parte de la actualidad para remontarse hasta cronologías insondables.
  Mediante la investigación histórica, arqueológica, moral, lingüística, jurídica, literaria, filosófica, retórica y traductológica, la revolucionaria erudición clásica de Ninguno es mi nombre (Pre-Textos, 2012) se yergue como un hito filológico equiparable, pongamos por caso, a la tesis doctoral de Nietzsche, si no mayor, -albricias, Eduardo Gil Bera no es universitario-, puesto que descubre y esclarece los rastros ignorados de Homero, como Paisaje con fisuras hacía con la Biblia, como éstos y otros de sus ensayos con la Epopeya de Gilgamesh.
  El español que escribe Gil Bera vale más leerlo que comentarlo. Tienta pensar que Ferlosio, -a quien mejora sin desplantes, consciente de que la honestidad intelectual es implacable-, lo lee agradecido.

8/26/2012

Carta al padre, de Franz Kafka


  La carta de Franz Kafka a su padre es un escrito demoledor, terrible, pero su prosa brillante, su tema y su estructura, la convierten en pura armonía, en un hito literario y humano de incalculable valor. A mi juicio, constituye la referencia en cuanto composición literaria de la pentalogía autobiográfica de Thomas Bernhard, que puede leerse como una Carta al padre de Kafka llevada al extremo, omniabarcante y qué duda cabe, a fin de cuentas, contra su autor.
  Se trata de un texto sin parangón en la propia obra de Kafka, nada de ésta se le parece demasiado, ni siquiera el resto de su correspondencia, de la cual es el documento más extenso. A La metamorfosis sólo es comparable en su rareza, en su carácter marginal dentro del propio legado kafkiano, aunque comparta con ella una enorme intensidad de emoción y razón. Y, aunque trate temas de su Diario, éste se desenvuelve de una forma muy diferente, en él sólo hay alusiones breves y alguna diatriba, pero el asunto principal de la carta, Hermann Kafka, se desarrolla aquí en sus perfiles más claros, con mayor riqueza de percepciones. Parece que el perdido K. de las novelas es capaz aquí de ver con nitidez. Conoce al detalle la figura de su padre. Su retrato es portentoso en este sentido, de una agudeza y una multiplicidad desbordantes. Kafka pone delante de su padre algo mejor que un espejo, se pone a sí mismo, con toda la inteligencia y la sensibilidad de que es capaz. Reconoce que en ocasiones su análisis es frío, pero la finalidad de la carta es romper el distanciamiento con su padre, y eso pasa porque Kafka logre hacerse comprender por él, a sabiendas de que resultará difícil, puesto que todo en la relación entre ellos, desde que el niño observaba atemorizado el poder de su padre, supone un obstáculo que aleja esa posibilidad.
  La carta comienza dando respuesta a una pregunta que el padre había hecho: ¿Por qué Franz dice que le tiene miedo? Es curioso que la inquietud del padre se refiera a que el hijo diga que le teme, no a que le tema. Al padre le perturba que su hijo exprese ese miedo, no que lo sufra. Desde el principìo empieza a describirse al padre por caminos insospechados. Comenzar así justifica el envío de la carta. Una carta así no podía haber sido solicitada y menos aún hacerse pasar por tal. Sin embargo, la pregunta que responde en su arranque la introduce de manera natural en el devenir de su interlocutor, tiene perfecto sentido, no es "locura" o "insensatez", como el padre gusta calificar otras actividades de su hijo. (Quizás en este punto asoman las "mañas de abogado" que Kafka confiesa a Milena Jesenka al enviarle una copia de la carta.)
  Kafka aborda desde el inicio una de las ideas centrales que quiere explicar a su padre: su miedo, que ha resultado tan determinante para él en tantos otros aspectos de su vida. Ese miedo es la causa de su sentimiento de disminución, que es global, que se manifiesta en lo físico, en la capacidad de juicio y en los motivos para actuar. Ante el hijo, Hermann aparece como un pater familias que reclama sus privilegios en todo momento y actúa arbitrariamente sin consentir desobediencias, imponiéndose por la fuerza de sus gritos, su dinero, su edad o incluso sus achaques. Un hombre cuya vida se dirige al sometimiento de quienes tiene alrededor, donde su hijo Franz se siente el más oprimido.
  Sin embargo, Kafka demuestra un conocimiento profundo de la forma de pensar y las razones del padre, de su particular ética, y, pese a que le parezcan nefastas, las expone con el propósito de llegar a un entendimiento con él.
  Se trata de un pleito privado, en el que las partes han de ponerse de acuerdo o jamás salvarán sus diferencias.
  Kafka completa el cuadro mostrándose también a sí mismo. Recuerda su sentimiento de culpa respecto de la familia al descubrir que sus amistades eran rechazadas sin apelación, que su deseo de vivir nada tenía que ver con el que su padre había planeado para él. Presenta el panorama que llevó lógicamente al malentendido. Y no cesa de profundizar en él, para que su padre le comprenda. Penetra en la diferencia que existe entre los dos. El padre: orgulloso, autoritario, torpe pero generoso, en ocasiones tan irresponsable como una tormenta de la naturaleza. El hijo: temeroso, enteco, atormentado por la culpa, incapaz de comprender las contradicciones de su padre, por qué actúa de forma opuesta a lo que dice que debería hacerse, por qué aplasta cualquier intento que surja de transgredir ese deber que él mismo incumple de continuo. "Tú, un ser para mí absolutamente determinante, no acatabas los mandamientos que me imponías a mí". Incluso el hecho de que se le desobedezca es para el padre un motivo para imponerse, independientemente de lo que ordene.
  ¿Puede extrapolarse el carácter de Hermann a un plano más general?, ¿en tanto burgués de su generación, por ejemplo, o en cuanto burgués de su generación que es padre además?
  En tanto que es judío no lo parece tanto. El dinero, el trabajo y las aspiraciones sociales han repercutido más en su vida que la religiosidad. Ante la religión adopta una actitud típicamente burguesa, la hipocresía. De hecho, Kafka sugiere que por el judaísmo podían haberse encontrado, o haber encontrado al menos una salida juntos de él. Comoquiera, la singularidad del padre resulta muy mermada respecto de la del hijo. Con el padre entran en juego una larga lista de convenciones, normas sociales y formas arteras para eludirlas, injusticias de toda laya, fingimientos sin sentido y prejuicios de clase; todo un sistema de poder que lucha con violencia por su expansión. La extrapolación sería posible en lo referido a los modos y valores de una forma de paternidad que ha imperado de manera más o menos generalizada en Europa hasta una época no tan lejana -Kafka sería hoy bisabuelo nuestro- y que tiene en esta carta una piedra de toque ineludible.


[Carta al padre y otros escritos. Franz Kafka. Traducción de Carmen Gauger. Alianza Editorial, 1999.]




8/19/2012

La otra parte, de Alfred Kubin


  Como señala Paco Jarauta en el prólogo a la presente edición, esta novela es “el sueño de un mago poderoso”. Alfred Kubin, nacido en Bohemia en 1877, pintor y dibujante cuya obra gráfica había alcanzado reconocimiento en los círculos expresionistas de la época, -destacándose por sus ilustraciones para los libros de Nerval o Strindberg, entre otros-, sufre una honda crisis depresiva a la muerte de su padre y, tras emprender un viaje a Italia que no logra reconciliarlo con su trabajo, “para buscar alivio”, según cuenta en su Autobiografía, comienza “a imaginar una historia fantástica y a anotar su trama”. Pero las ideas se agolpan en su cabeza, obligándole día y noche a escribir, de forma que en doce semanas concluye la redacción de La otra parte.
  El protagonista del relato, un joven artista cuyo nombre no llegamos a conocer, recibe de Claus Patera, antiguo camarada escolar, una extraña invitación para acudir con su esposa a un misterioso lugar situado en un punto impreciso del continente asiático, el cual constituye el “refugio para los descontentos con la cultura moderna”. A la invitación, Patera acompaña una cuantiosa suma de dinero, de manera que el matrimonio no tarda en decidirse y aceptar. A partir de ahí, asistimos al relato vívido y minucioso del descubrimiento del Reino de los Sueños, y de Perla, su capital, ciudadela donde Patera ha invertido su inmensa fortuna, reconstruyéndola siguiendo un plan rígido y peculiar: a base de viejas edificaciones y antigüedades traídas de todo el orbe, guiado por “una profunda aversión (...) contra todo lo que guarde relación con cualquier forma de progreso”. Los escogidos habitantes de tan extravagante país, invariablemente marcados por alguna tara o rareza, viven bajo el influjo de un poderoso hechizo, en un mundo donde sólo la ilusión es real, ajenos al exterior y sometidos a los inescrutables designios de El Amo. La utopía está lejos de resultar halagüeña. El joven dibujante innominado da cuenta con pavor del desquiciamiento creciente que reina en Perla, y de cómo él mismo se ve envuelto, atrapado por su locura. La vorágine de episodios infernales se precipita en un apocalipsis de destrucción y muerte. El narrador, como Dante, no puede más que describir el derrumbe con prodigiosa plasticidad, tratando de rescatar la poesía del miserable abandono y lo incomprensible hasta que, finalmente, el Reino de los Sueños es aniquilado.
  La otra parte es el desmoronamiento de una ilusión y una indagación en el vacío, en lo desconocido, en lo que ni siquiera tiene nombre. Kubin la escribió empujado por un arrebato de creatividad que escapaba a su total comprensión. Cruzó esa línea para arrojar sobre su época una luz que tal vez sólo ahora comprendemos.

[Alfred Kubin, La otra parte. Traducida por Juan José del Solar, Ed. Minotauro, 2003.]

8/09/2012

Una resistencia paradójica en lo humano


  Que la izquierda se ha vuelto tan retrógrada, simplista y dogmática como la derecha, se advierte claramente en su flamante manía de tildar de ultraderechistas a quienes no nos reconocemos ni en los discursos de la derecha ni en los de la izquierda y preferimos pensar la actual catástrofe política en otros términos, -Masa y Poder, por ejemplo-, hartos de ver a socialistas gobernando como fascistas y a liberales agigantando el estado hasta confines inhumanos, bestiales, diseñados a medida para reses. Derecha e izquierda no se diferencian desde hace mucho en sus actos de gobierno, orientados a alienar, controlar, reprimir y exprimir cada vez con más saña y ahínco a la población, y en lo que dicen son asimismo idénticas puesto que ambas, fundamentalmente, mienten. Tanto derecha como izquierda procuran sólo conservar su puesto en el poder a costa de los ilusos que aún les votan en ingente manada.
  Resulta curioso observar cómo los últimos conatos de rebelión se han arrogado también el destierro de la mentada dialéctica. “No somos ni de derechas ni de izquierdas”, repiten sin descanso las asambleas, para, una vez dirimido el circo de vanidades, banalidades y frivolidades sin cuento, la espectacular farsa de la revolución, introducir, a modo de nota, propuestas directamente extraídas de Marx y demás festivos y novedosos reformadores.
  También llama la atención recordar a esos mismos callados como putas respecto del totalitarismo entretanto transcurrían los años de así llamada bonanza, regocijándose como monos en las múltiples celebraciones del nuevo orden tecnológico, cuidándose mucho de sacar tajada, y que sea precisamente ahora, porque no hay un duro, cuando se inflaman contra los abusos del poder. ¿Qué quieren?, ¿libertad o dinero?
  Uno, en cambio, tiene por su más sagrado deber y derecho defender contra viento y marea la independencia de juicio. Así lo aprendió de sus maestros y en esa búsqueda incesante todavía no ha encontrado argumento que invalide las ventajas derivadas de ello.
  Es una pena que con la creciente pujanza de Masa y Poder, así como de la ciega inercia inherente a éstos, el destino inexorable del independiente sea la soledad, la paulatina despolitización, una resistencia paradójica en lo humano: cada vez menos humana en el sentido de política que lo humano ha conllevado hasta ahora.
  Sin embargo, la bestialización de Masa y Poder obliga a ello, pese a que en el horizonte nada se adivine con seguridad y la incertidumbre sea acaso la única relativa certeza presente; el futuro, que se sepa, jamás ha acaecido.
  Permitid que me aparte. Tarde o temprano hemos de abandonar las ciudades, que son nuestras tumbas, las mismas que cavamos día tras día sin desmayo; y venir al campo, a la mar, hambrientos de una humanidad que ya no tenemos y que aquí es cosa del pasado, porque en la naturaleza las metamorfosis continúan sin tregua, de acuerdo con la obstinada permanencia del cambio. Es en creer que somos esto o lo otro, que las cosas son esto o lo otro, -en vez de simplemente dejarse y dejarlas ser-, en la obediencia y la dominación, donde la muerte se nos está adelantando.

8/06/2012

Un fantasma de Yerba


A Encarna Ros y a Gabriel Batán,
y a sus hijos: Carlos, Gabriel y Sergio.


  “Apaga y vámonos”.
  En sueños, suele ser Baudelaire el único capaz de una respuesta convincente cuando, después de eso, alguien pregunta: “¿Adónde?”
  “¡Anywhere, out of the world!” –responde enérgico, y así nos calma, aunque sigamos perdidos.

  Lo normal era terminar en una librería. Puesto que éramos alérgicos al trabajo, carecíamos de dinero suficiente para emborracharnos todo el tiempo, y ningún otro lugar hubiera resultado acogedor. Y menos en Pantanosa, ciudad a la que nos había confinado un destino arbitrario. La costumbre era terminar en Yerba.
  Recuerdo la primera vez que entré; entonces conocí a Charles. Yo removía entre los anaqueles, buscando un par de títulos que me rondaban el magín. Pero no había forma de dar con ellos. Aquellos libros se me resistían desde hacía meses, parecían haberse borrado de la faz de la tierra, y no me atrevía a pedírselos a los libreros. El encanto se hubiera esfumado de inmediato. En cuanto abriese la boca para pronunciar los nombres, mi deseo de leerlos habría desaparecido. No me pregunten por qué. Entonces alguien me tocó el hombro. Miré a mi espalda, alrededor, y no vi nada. Nada salvo la calva reluciente del librero envuelta en una espesa nube de humo. Estaba solo en la librería.
  De pronto oí una voz cascada en mi oído. Un tipo prematuramente avejentado, con barba cana de varios días, el pelo grasiento, la piel del rostro triturada de cicatrices y que apestaba a alcohol, me dijo:
  -No hay suerte hoy, ¿eh?
  -No estoy de pesca –dije yo, antipático adrede, y añadí-: ¿De dónde ha salido?
  -Llevo meses aquí.
  Su aliento me hizo sentir náuseas, hedía como una cloaca. Me alcanzó un libro y continuó:
  -Prueba esto. Lo escribí yo hace años. Está basado en una peli –y, sorprendido de su ingenio, rompió a reír con estruendo, como un demonio venático.
  Me di la vuelta, pero el librero no se inmutaba, seguía fumando. Cuando me giré de nuevo, el tipo había desaparecido. Ni siquiera el olor del alcohol me dejó. Sólo el grueso volumen.
  Observé el libro: Hollywood, Charles Bukowski, pulcramente encuadernado en blanco plastificado, con una ilustración en rojo y naranja y violeta chillones. El dibujo era un retrato en el que un vejestorio arrugado empinaba una botella de licor ante un fondo de palmeras imposibles, azules, dejando que el líquido descendiera copiosamente por su garganta. Era clavado a la aparición de instantes antes; los ojos reflejaban el mismo brillo demencial.
  Pagué el libro, me fui a casa y lo leí de un tirón, soltando carcajadas sin cesar. “Menudo loco pervertido”, pensé, y acabé de un trago la botella de tinto con la que aderezaba mis lecturas. La tarde siguiente regresé a Yerba y allí estaba el viejo borracho otra vez, visiblemente más bebido que el día anterior, riendo de manera desagradable.
  -¿Leíste el libro? –inquirió nada más verme.
  -Sí, es bueno –le dije.
  -Es una jodida obra maestra... Pero nadie se fija en la pasión. Creen que sólo es la historia de un borracho salido que tuvo suerte al final.
  -¿Y no es así? –pregunté. Quería provocarle-. Parece que los coños y el alcohol sean lo único que le importa a Chinaski.
  -Sólo lo parece. No te dejes engañar como hacen esos adolescentes.
  -Pero... soy un adolescente.
  El viejo salió de la librería y cruzó al bar de enfrente. Le seguí. Pidió vino. Me senté a su lado y pedí cerveza.
  -¿Bebes? –preguntó, y vació su vaso.
  -Siempre que puedo –respondí, y apuré el mío.
  Pedí otras dos y el camarero las puso encima de la barra.
  -Gracias –dijo, y bebió de nuevo-. Me llamo Henry. Pero ahora que me has invitado puedes llamarme Hank.
  Y siguió bebiendo.
  -¿Qué haces en Yerba? –le pregunté.
  -Es la única librería de esta ciudad donde no me han prohibido la entrada. El librero deja a la gente en paz, y tiene libros míos siempre. Es un asco esto de tener que venderlos yo mismo, pero no hay otra forma de seguir bebiendo.
  -Pero el libro decía que habías muerto... el año pasado.
  -No creas todo lo que dicen los libros.
  Pidió otro lingotazo y prosiguió:
  -Es la pasión lo único que importa. Confía en ella porque es lo único cierto. No toda esa mierda de la sabiduría y la felicidad o la belleza. Todo eso es una mierda. La literatura es una mierda. Sólo la pasión es de verdad.
  Los vasos apenas duraban llenos entre sus manos.
  -Tal vez, pero los libros son lo único seguro que existe -insistí.
  -Durante años pensé lo mismo, pero ya no –dijo, echando otro trago-. ¿Quién necesita seguridad? –preguntó, bebiendo otra vez-, un libro no vale nada sin pasión, apréndetelo bien. La mayoría son sólo cerebro o sentimentalismo imbécil, con la barriga llena, claro. Si quieres acertar siempre, dedícate al alcohol. Ahí no caben errores.
  -In vino veritas –recité.
  -Exacto –dijo, y desapareció de súbito.
  Estuve días sin regresar a Yerba. Pero una tarde encontré a Hank emborrachándose en el banco de un parque.
  -¿No trabajas hoy? –le pregunté.
  -Ven conmigo –contestó.
  Me llevó al MAL (Monopolio Anglofrancés del Libro). Un edificio gigantesco, repleto de dependientes solícitos, que simulaba la arquitectura de un estadio de fútbol.
  -Esta gente cree que los libros son perfumes –protestó-, no tienen ni idea. Los que no piden que los envuelvan para regalo es porque se llevan libros de texto. Ni fumar te dejan. Escucha la música de lata que ponen. ¡Y no paran de comprar, fíjate! ¡Se dedican en cuerpo y alma a la literatura pero sólo les importa el dinero! Y ni siquiera lo gastan en beber. Sólo en coches, hipotecas y maquinitas... Mira a ése, acércate.
  Me puse con disimulo junto al hombre que me había señalado, un individuo de traje y corbata con el cabello engominado. Sus zapatos resonaban en el mármol del suelo al caminar. Tap, tap, tap. Se aproximó al mostrador, de espaldas a las estanterías, carraspeó y dijo:
  -Señorita, estaba buscando... Idiotas, del Doctor Yekil.
  -Un momento –dijo la mujer con voz atiplada, y componiéndose el uniforme verdiazul, empezó a teclear en el ordenador- ...ummmmm... creo que no, no tenemos nada de ese autor.
  -Entonces, a ver... –el tipo se sacó un papel doblado del bolsillo, lo desplegó, lo miró y dijo–: El Papa Gordo entonces. Sí, El Papa Gordo, de Valsak.
  -¿Valsa, dice, con uve?
  -Correcto, con uve, y con ka al final.
  La empleada escrutó en el ingenio electrónico durante un par de minutos. Al cabo, salió de su mutismo y anunció:
  -Ese no le tenemos, pero hay otro aquí que quizá te interese... Antología postpoética en neolengua, con un prólogo del Papa... ¿los Papas son gordos siempre, no?
  El tipo asintió, confirmando la lúcida observación; pese al leísmo y el tuteo, le pareció que la chica era eficiente.
  -Me lo llevo. Póngame ése y tres kilos de premios Cosmos. Todo para regalo.
  -Enseguida, caballero. Gracias por comprar en el MAL. ¿Conoce usted las ventajas de nuestra tarjeta VIP?
  Hank había vuelto a escabullirse. Salí a la calle y lo encontré vomitando sangre en los muros de la universidad.
  -¡¿Lo ves?! -aulló-. ¡Y no paran de leer! ¡No son los libros! ¡Es otra cosa! ¡Pasión, pasión! ¡Nada más que eso!
  Extrajo una petaca del bolsillo de su raída, sucia chaqueta y echó un generoso trago. Me la pasó y bebí. El contenido sabía a rayos, pero me insufló calor y ánimo.
  -¿Dónde vamos ahora? –inquirí.
  -A Yerba, claro.
  No volví a verle. Pude abandonar Pantanosa por unos meses, pero siempre terminaba retornando; el arbitrario destino me obligaba. Me quedaron sus libros, y otros más que me recomendó o que parecían llamarme a gritos desde las estanterías de Yerba, envenenados con todos los demonios de la pasión. Pero no lo vi más, a Henry. En realidad, no volví a encontrar a nadie en la librería, siempre vacía, tranquila, hospitalaria. Daba gusto estar allí. Algún rezagado silencioso y tímido de vez en cuando, como un fantasma.
  Al final tuvo que cerrar. Una pura ruina, claro. El MAL acaparaba la clientela. Todo el mundo compraba sus regalos allí. Y los lectores eran cada vez más pobres. Apenas gastaban su dinero en Yerba.

  “Apaga y vámonos”.
  “¿Adónde?” –me pregunté.
  “¡A cualquier sitio, fuera del mundo!”.
  Charles tenía razón, decidí seguirle.


[Publicado en el diario La Opinión de Murcia, el 22 de julio de 2012.]

8/01/2012

La escuela del buen oír, de Elias Canetti




  Auto de fe. Esta es la historia de un hombre-libro. Peter Kien, “el mayor sinólogo vivo”, pasa los días traduciendo y reconstruyendo manuscritos orientales, obnubilado por los 25000 volúmenes de su biblioteca. La vida social se le antoja una pérdida de tiempo; los hombres sólo le inspiran desprecio. Kien vive para la Ciencia. Pese a todo, Teresa, su ama de llaves, conquista su confianza y Kien se casa con ella, accediendo al mundo burgués. Sin embargo, su rígida razón le impide desenvolverse en esa nueva vida llena de ambigüedades. Su trabajo queda reducido al mínimo, y su soledad se puebla de personajes extraños. Pero Kien será incapaz de comunicarse con ellos, será incapaz incluso de advertir esa imposibilidad, de forma que las circunstancias lo arrastrarán a una espiral de malentendidos sin retorno. Auto de fe huye de toda complacencia, es un libro desgarrador, incómodo. Arroja luz a un mundo desintegrado a través de un personaje desintegrado. Arremete contra los excesos de la razón abstracta y de la ciencia, que fracasan en su intento de ordenar el mundo, ajenas a lo que el mundo en verdad es. Pero también denuncia ese mundo dominado por la inercia de las masas, cuyo resultado es la degradación del lenguaje y donde, por tanto, la persona singular está indefensa.

  Las voces de Marrakesch. A partir de una serie de estampas que evocan un viaje realizado en 1954, Canetti describe la vida en esta ciudad marroquí. Antes de su estancia, el autor descartó la posibilidad de aprender árabe o bereber. “Quería que los sonidos me llegaran tal y como eran, sin debilitarlos con ningún conocimiento artificioso e insuficiente”. El resultado es un cuaderno de recuerdos que en efecto logra transmitir toda la sensualidad de esa música, en el que la curiosidad y la fascinación del viajero se ven espoleadas de continuo. La mirada del occidental se posa sobre ese paisaje desconocido y sus gentes ávida, inocente, aunque en ocasiones le cueste comprender y constate asombrado que lo único exótico e inexplicable allí es él.

  El testigo oidor. Este curioso juego literario se sitúa entre la sátira moral y el análisis psicológico. Canetti se inventa cincuenta caracteres distintos, todos ellos exagerados, y los retrata con marcado humor. Un amplio catálogo de vicios es sometido a escrutinio en estas páginas, que suscitan una continua sonrisa y donde el lector reconocerá puntuales reflejos de la vida cotidiana, incluso de sí mismo. El testigo oidor sugiere el conocimiento de la realidad mediante ficciones desmesuradas. Así, la realidad aparece como un grotesco desfile de flaquezas humanas que sólo puede sobrellevarse desde una ironía sin fisuras.



[Elias Canetti. Obras completas, III. La escuela del buen oír.
Traducción de Juan José del Solar.
Ed. Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores, 2003.]

7/26/2012

Dos libros de Ramón Gaya


  En Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica), Ramón Gaya siente el arte de una forma absolutamente radical. A su juicio, el arte no es eso en torno a lo cual merodean los entendidos, puesto que el arte no puede entenderse. No es algo sobre lo que emitir un veredicto, no puede ser objetivado ni analizado ni clasificado. Tales actividades, propias del crítico, resultan artificiales, un postizo que se le endosa al arte, y no hacen sino alejarnos de la verdad del arte. Conducen a un malentendido, a una confusión acerca de lo que es el arte. Todo lo más, el crítico, el hombre moderno, habla de cultura.
  Gaya sostiene que el arte ha de comprenderse, que ha de aprehenderse con el cuerpo, con todo el ser del hombre común, del hombre pleno de salud, inocente, silvestre, -el superhombre común-, intuitivamente, sin la mediación de crítica ni doctrina ni academia ningunas. Porque el arte pone de manifiesto un venero subterráneo que escapa incluso al control de su coyuntural creador. Es una expresión de la divina naturaleza; antes que a un individuo concreto, pertenece al pueblo. Si pudiera entenderse o explicarse, no sería. El arte es, precisamente, por esa incapacidad del hombre de entender o explicar el misterio de la vida.




  En Velázquez, pájaro solitario, Gaya se pregunta a propósito del creador de Las Meninas. Gaya conoce bien la pintura del sevillano, ha estudiado a fondo sus cuadros, los ha copiado. Pero sin encontrarles ninguna característica particular, definitoria. Velázquez se escabulle, vuela solitario y silencioso, independiente del espectador, porque no pinta cuadros en sentido estricto, sino que ha creado criaturas de aire, vivas, que bien podrían empezar a moverse o a hablar en cuanto volviésemos la cabeza, irse incluso del supuesto cuadro. Velázquez ha experimentado, ha visto en la vida Algo, ese algo intenso e inapresable que nos transmite con su pincel. Según Gaya, nada pone suyo: Diego de Silva y Velázquez -andaluz un tantico portugués-, carece de relevancia; la vida que nos muestra es lo importante, él sólo intenta revelarla sin interferir, abriéndola piadosamente a su ser libre. No es su tiempo, ni el color, ni la composición, no es un cuadro lo que nos participa Velázquez, sino la Vida en su constante fluir, más allá del arte.

[Ramón Gaya. Obra completa. Ed. Pre-Textos, 2010.]



  

7/22/2012

Minima moralia


  Disfraces del miedo.- Lo abyecto de la mediocridad no es que renuncie a la excelencia por miedo, sino que obvia o niega sistemáticamente la libertad dondequiera que ésta aparece y, a la vez, se ensalza a sí misma como portadora de libertad.

*****

  Feudos del dualismo.- No saber qué se quiere es una de las formas más frecuentes y angustiosas de experimentar la nada. Pero todavía más penoso -aunque no menos raro- resulta saber lo que se quiere y no atreverse a ir en su busca. Ahí ya no hay vacío, sino miedo; la culpa germina como en un campo de estiércol y todo se simplifica fatalmente: o bueno o malo, o amigo o enemigo, o blanco o negro, o creer o desesperar...

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  Nadie es más que nadie; todos tenemos vanidad en mayor o menor grado. Negar la nefasta vanidad es ridículo. Pero es preferible mirarla a la cara y ponerla en su lugar antes que no mirarse para no tener que hacer autocrítica.

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  No es que los seres humanos no distingamos el bien y el mal; la mayoría reconoce el mal sin grandes dificultades. Lo que ocurre es que casi nunca sabe cómo hacer el bien, o lo evita culpando a otro por creerse obligado a ello.

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  Descartes, para mantener su utopía del pensamiento puro sin verse forzado a reconocer en ello el lugar de la mera nada, a pesar de la evidente certeza de un cuerpo falible, prefirió reinventar a Dios y resolver otra vez con Él todas sus dudas. Pero el pensamiento, ay, no es puro, y como dice Polibio: "La humanidad no posee mejor regla de conducta que el conocimiento del pasado".

*****

  Dos propiedades éticas.- 1) Cualquiera puede ser, para sí, su peor enemigo; pero también su mejor amigo. 2) La propia decisión en cada instante, decidir libremente cada momento qué se hace, dónde se va, con quién y a qué, hace a cualquiera más rico que al atareado, agresivo y programado propietario.

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  Si uno se niega a incurrir en errores vulgares, escuchará por doquier un clamor sordo de voces que se afanan en convencerle de lo equivocado que está. Por evidente que sea su acierto al obrar, no cesarán de atormentarlo con ese nuevo error.

7/14/2012

Pensamiento de mediodía


   Después de la así llamada crisis económico-financiera, la spanishrevolution o como lo quieran denominar, y las elecciones del 20 N, en la política española sólo queda la inscripción de Dante a las puertas del Infierno: Lasciate ogni speranza.
   Esta última y falsa revuelta, su estrepitoso fracaso, certifica la derrota. Los lobos están desatados; nos encontramos a merced de criminales que harán pasto de nosotros. Únicamente resta ya seguir el consejo de Epicuro: "Libérate, hombre libre, de la cárcel que es la política".
   Pero es un consejo misterioso éste de Epicuro. Pues, a decir de su maestro Aristóteles, para lograr semejante proeza el ser humano habría de mudarse en bestia o en dios. Y está claro que andamos más cerca de convertirnos en bestias que en dioses. Lo prueban el creciente agrupamiento de mutas (*) en las calles y el funcionamiento de las redes masivas de internet: vanidad, banalidad, griterío, dogmatismo, frivolidad, propaganda y tontuna son la norma actual ahí; como en toda manada, el pensamiento ha sido desterrado a los márgenes. No tendría que suceder necesariamente así, pero la estupidez del hombre se impone; la perversión semántica ha degenerado hasta el punto de que tales eventos pasan incluso por arte.
   No obstante, cabe aún un pensamiento optimista. Si para aspirar a alguna clase de liberación, el ser humano ha de cambiar indefectiblemente su naturaleza social, más que nunca opera la sentencia de Zaratustra: "El hombre debe ser superado". La condición de artista genial en la que los universitarios han intentado confinar a Nietzsche, se demuestra una vez más errónea. Nietzsche fue, en efecto, un artista genial, pero porque fue un pensador lúcido. Apostó por el siglo XXI y no fue moderno, sino absolutamente moderno, como Hölderlin y Rimbaud. La libertad pasa trágicamente por él, por Grecia, por Epicuro... De lo contrario, lo nuestro será un futuro de reses anestesiadas en manos de carniceros.
   ¿Soportaremos el frío de estar a la altura?
   Dicen que la muerte por congelación tal vez sea la muerte más dolorosa.


(*) Vid. Elias Canetti. Masa y poder. Alianza editorial.

7/12/2012

Migajas políticas



  Ser ciudadano de una democracia no consiste en adherirse a un partido, sino en votar las leyes.

*****

  En una democracia, nadie está moralmente obligado a obedecer una ley si no ha podido participar en su elaboración. Aunque lo decisivo aquí es preguntarse qué ley puede crear una democracia que no haya solicitado la participación de hasta el último de sus ciudadanos.

*****

  En gran medida, la solución política es una democracia directa y sin jerarquías públicas de hombres y mujeres libres e iguales ante la ley. Pero eso tan claro, casi nadie está dispuesto a aceptarlo, y menos dispuesto aún está a luchar por ello sinceramente, con todas las consecuencias, sin esperar a que otros actúen para hacerlo él mismo.

*****

  En determinadas coyunturas, el hombre puede verse astringido a decidir entre la sociedad o la libertad. Optando por esta última hará infinitamente más por la primera que cualquier obediente ciudadano.

*****

  Dadas las circunstancias, toda propuesta política que se precie de ser justa, no solamente legal, pasa, indefectiblemente, por propuestas éticas, es decir, por acciones, conductas y costumbres aplicables ya, aquí y ahora, sin necesidad de decisiones conjuntas o democráticas al respecto, radicalmente éticas, de las cuales cada uno es soberano precisamente porque realizándolas no daña a otro. La política nos iría mejor si cada uno se ocupara más de sí mismo que de los demás; no sólo de sí mismo, pero sí más de sí mismo que de los demás.

*****

  A los veinte años es muy fácil amar la libertad. Lo difícil es seguir amándola y mantenerse fiel a ella cuando la juventud empieza a ser ya un recuerdo. En esa etapa se diría que los hombres dejan de amar la libertad y que por eso le son infieles. Pero los hombres no pueden dejar de amar la libertad, aunque le sean infieles; tristemente, siguen amándola y, pese a ello, la traicionan de continuo.

*****

  El único límite de la libertad estriba en que nunca puede ser absoluta porque es inabarcable. No se impone, sino que vive, a pesar del poder.



7/11/2012

La muerte como hecho doble


Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte,
y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida.
Spinoza
Sin la muerte, difícilmente se habría filosofado.
Schopenhauer


  Es evidente que los hombres mueren.
  Cabe pensar que un niño empieza a dejar de serlo cuando aprende eso. Que también viven lo descubre a continuación. En medio del silencio y la oscuridad de la noche, a solas consigo, el niño recuerda lo que oyó de labios de algún adulto: “Yo también moriré” –se dice, y, como es audaz (*), piensa: “aunque, si muero, es que estoy vivo”. Una vez ha visto morir a alguien, una vez la muerte se le ha hecho presente, cae en la cuenta de que sucesos tan misteriosos ocurren sencillamente porque se vive.
  El binomio vida-muerte es un hecho sumamente extraño, un hecho doble, que se sustrae a la lógica revelándonos que lo que es, no es.
  Sin embargo, una cosa es esa verdad tangible -que los hombres mueren- que el niño ha comprobado con sus propios ojos, y otra muy distinta la que los adultos le han dicho enseguida: que también él morirá. Entre ambas, subrepticiamente, ha hecho aparición el tiempo.
  La muerte se le ha hecho presente y el niño ha preguntado “¿qué es esto?”. Los adultos, probablemente espantados, se han apresurado a asegurarle que también a él le tocará, lo cual es comprensible, puesto que si la respuesta eludiera ese extremo, el niño podría quedarse en que un hombre concreto, tal hombre, Fulano, ha muerto y punto, sin pensar necesariamente que la muerte también va con él. Podrá incluso averiguar que otros mueren, que los otros mueren, pero si no se le dice expresamente, el niño no tiene por qué pensar que va a morir. Entre otras razones porque él preguntó por la muerte, no por el tiempo. Pero ya ha curioseado y, de repente, como si un hecho doble fuera poco, le cuelan, además, futuro.
  Esto abre grietas abismales por debajo de la fe, el saber y la duda. La experiencia nos enseña que los hombres mueren; que otro, el otro, los otros, mueren, y que sólo con mala fe cabe negarlo. En cambio, la certeza sobre la propia muerte no puede sostenerse sino en una mera creencia, puesto que si uno no está dispuesto a creer, si exige experimentar algo para poder afirmarlo, el único medio de que dispone para probar su propia muerte es el suicidio. Sólo suicidándose demuestra uno que también la propia muerte es verdad.
  Con todo, entretanto uno no muere, la muerte permanece fuera de su experiencia, así que nada prueba. Y si ya ha muerto, o bien deja de sentir, de manera que no experimenta ni su muerte ni su vida, o bien sucede cualquier otra cosa imposible de averiguar, pues, comoquiera, quien muere deja de comunicarse, de modo que su muerte sólo puede ser comprobada por los que viven aún, en cuyo caso es, de nuevo, la muerte de otro.
  El único de quien podemos afirmar a ciencia cierta, siempre, que muere, es otro.
  El binomio vida-muerte constituye un hecho doble hasta tal punto que la propia muerte -la muerte de uno, mi muerte- sólo es cierta en tanto uno mismo, yo, sea también otro. Por tanto, utilizar el concepto de identidad -algo que jamás puede ser sino lo que es- para referirse a los hombres, constituye un error, puesto que resulta evidente que los hombres mueren. La identidad puede referirnos lo ya muerto o lo que no vive aún, pero con la vida no tiene nada que ver. Lo que vive es ajeno a identidades, ya que muere, y, entonces, inexorablemente, es otro.


(*) ¿Qué niño no es audaz, qué niño teme?

7/09/2012

Algunas clases de tontos (III)


  La tonta:

  Apenas hay palabras para describir a la tonta. La tonta es inefable, abundante e inconcusa.


  Quien se hace el tonto:

  Hacerse el tonto es una forma de defensa arraigada en el ser humano cuando una situación le infunde miedo. Y es que el miedo atonta, irremediablemente. De hecho, uno de los mayores peligros que se corre en este caso -y en no pocas situaciones el miedo nos asalta tentándonos a pasar por tontos-, es hacerlo demasiado bien, ya que entonces se tiende al acomodo y la tontería acaba por enseñorearse de todo.


  El sincero:

  Este sabe de su tontuna, y que también la sinceridad miente, porque es personal, exclusiva. La sinceridad es la verdad de alguien, su verdad, no necesariamente la verdad. Y el sincero, obstinado en que es imposible callarse del todo, como no encuentra nada mejor, dice lo que piensa, y, así, se coloca siempre ante el abismo del error.


  El silencioso:

  Este no está aún libre de la tontería, pero le queda poco.


  El tonto a medias:

  Este se conforma con ser tonto la mitad de la vida y ver qué pasa en la otra mitad, pero arrastra siempre un lastre muy pesado.


  El maleducado:

  Este no respeta a los demás, probablemente para no tener que respetarse a sí mismo. Como Borges, comete "el peor de los pecados que un hombre puede cometer", pero no porque no sea feliz, sino porque ahuyenta de su lado cualquier forma de amistad.


  El hipócrita (o falso cínico):

  Este desprecia a los hombres, pero no se separa de ellos ni se atreve a ladrarles, de manera que, ante él, la buena fe se verá siempre traicionada e inerme. No puede haber nada más dañino para quienes intentan ser honrados, para quienes todavía no han claudicado y por lo menos lo intentan. Sin embargo, casi más odioso es contemplar cómo el hipócrita, al reivindicar sus derechos con el argumento de que "sin hipocresía la convivencia resulta insoportable", mancilla grotescamente la memoria de Diógenes. Porque tal cosa sólo ocurre si hablamos de convivencia entre cínicos, ¿y qué cínico reclamaría el derecho a una convivencia soportable?

7/07/2012

Algunas clases de tontos (II)


  El tonto que conoce su tontería:

  Este puede llegar a sabio.


  El tonto que ignora su tontería:

  Aparte de insulso hasta causar sopor, este resulta molestísimo; te mete en líos sin parar. Es preciso permanecer en guardia contra él, lo cual no resulta muy complicado: basta con mantenerse a la debida distancia. Esta clase de tonto es en ocasiones inocente en extremo, así que suele reconocer a quienes se portan con él con benevolencia, aunque ello no garantiza que el tonto en cuestión vaya a agradecerlo cuando se vea en dificultades, antes al contrario, ya que, dadas sus escasas luces, tiene muy mala memoria.


  El tonto que se cree inteligente:

  O que se cree “muy listo”, según su propia terminología. Este es más difícil de sortear, pues se comporta con frecuencia de forma cobarde y pusilánime. Se autoengaña de continuo y no duda en recurrir a la delación o a la mentira ante el menor apuro. Es falso de pies a cabeza. Con él no parece suficiente mantener distancias. Es forzoso lidiarlo de vez en vez; incluso, llegado el caso, dejarlo en ridículo o hacerse respetar contestándole oportunamente con un exabrupto. Esta clase de tonto habla de fútbol y juega a lotería en cuanto se le presenta la oportunidad. En política es voluble: va hacia donde sople el viento, arrimándose al sol que más calienta.


  El tonto que se cree inteligente y, además, está revestido de alguna clase de autoridad:

  Este es el más peligroso de todos. Con frecuencia es un tonto de la clase anterior venido a más. Su creencia ha sido confirmada por el poder, por tanto, es prácticamente imposible que subsane su error. Suele ser violento y, a menudo, cruel, puesto que no concibe las relaciones en pie de igualdad: aunque no exista un motivo, a la menor ocasión pondrá de relieve los errores de quienes han de obedecerle, que sufrirán sin cesar toda clase de acusaciones y abusos por su parte. Necesita pisotear y humillar a otros, de lo contrario cree que es él quien está siendo pisoteado y humillado.


  El tonto que se cree inteligente y, además, exige ser revestido de alguna clase de poder, tratado como una gran autoridad y que se le rinda pleitesía, aunque no ostente poder alguno debido a su vanidad, que le impidió doblegarse cuando tal vez ese poder podía haberle sido conferido, pues sabido es que para disfrutar de algún poder resulta imprescindible someterse previamente. Esta clase de tonto observa como una gran deferencia que se le debe el hecho de contemplar la voluntaria humillación de los demás ante su persona; está, por tanto, frustrado de continuo, pues eso que él tanto espera, no acontece casi nunca.