Las efemérides nos hacen recordar colectivamente acontecimientos y personas por un prurito de responsabilidad política o sociocultural, con la particularidad de que cada día hay alguien o algo que recordar, de manera que el contenido del recuerdo cambia sin tregua, hasta el punto de que, vía efeméride, el recuerdo no sólo deja de ser íntimo y personal para convertirse en social o histórico, sino que recordamos para olvidar de inmediato.
Sin embargo, ¿se pueden objetivar los recuerdos?, ¿de qué sirve?, ¿a quién beneficia una forma de recuerdo que consiste básicamente en olvidar?
La memoria es subjetiva, mientras la historia aspira en vano -puesto que no puede prescindir del subjetivo historiador- a objetivar. Ni siquiera son complementarias, de su unión no surge la verdad o una verdad mayor; las más de las veces se contradicen. Pero juntas ayudan a forjarse una idea aproximada de lo fundamental: que, aparte de la muerte, la ignorancia es nuestra única certeza, tópico especialmente certero cuando se refiere a los españoles y fechas como el 20 de Noviembre, al cual, entre otras infamias, debemos el actual Jefe de Estado, el actual Gobierno y la Ley de tasas judiciales, contra la que ese día, dicho de paso, a las 12, se han convocado protestas ante los juzgados de toda España (menos es nada).
Publicado en La Opinión de Murcia, 14/11/2013.
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