La poesía es más necesaria cuando el suelo se mueve bajo los pies. Mientras escribo, está Noelia Illán leyendo en el Museo Ramón Gaya. Ojalá hubiera ido, le pido perdón. Me invitó a participar en una revista y estoy perdido. Me entusiasmó, me puso el dios dentro. Tonto de mi, la creí nietzscheana, con «y», y no. Pero sí. La Galla Ciencia es una revista de poesía como no imaginaba, un ave mitológica que reparte martillazos de belleza espléndida, sorprendentes, certeros, echada a volar alto y lejos en el canto loco de cien poetas.
-¡Miguel Ángel Velasco! -le dije a Noe.
Quién me mandaría. Desde entonces ando otra vez inmerso en Ánima de cañón, lo último que Velasco entregó en vida a la imprenta. Y me está matando de fiebre el filtro de tanta verdad, lento, escribiendo sin remedio a cada paso.
Esta tarde ha llamado nuestro maestro Álvarez, de vuelta en Villa Gracia; si tengo fuerzas, mañana lo veré. La correspondencia crece. Las revistas no paran. Magma, Manifiesto azul. Mil y un cuadernos en la red, en las mesas y anaqueles de La Azotea, de El Quirófano, de Espacio Pático y Los Pájaros. Los lunes de Zalaca. Jarauta. Teatro. Música incesante bien temperada. Libros incontables, lúcidos, brillantes, afortunados. Los bares, esta luz de los amigos pintores... Si fuera por esto no mereceríamos gobierno.
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