1/29/2014

El Danubio, de Claudio Magris


   Esta mañana he visto a Claudio Magris en Murcia. Ha hablado de autocrítica, memoria y amor, en italiano, yo no le entendía bien, apenas se oía, la gente no paraba de entrar y salir de la sala y los fotógrafos se le tiraban al cuello, sin cesar de rondar frente a la mesa donde estaba sentado junto a Jarauta y Ladrón de Guevara, su traductor. Hace diez años, después de leer El Danubio, escribí esto, no me parece inoportuno recordarlo:

   El germanista italiano vuelca su portentosa erudición en esta especie de diario de viaje a lo largo del gran río europeo. Libro fluvial en todos los sentidos, cuyos breves capítulos, como meandros, oscilan entre los géneros sin quedarse en ninguno, cuenta con levedad la Civilización Danubiana, fronteriza como pocas, desde la Selva Negra hasta el Mar Negro pasando por Austria, Chequia, Eslovaquia, Hungría, los Balcanes, Rumanía y Bulgaria, a través del espejo de la misma que representan las huellas de su cultura: sus libros, sus poemas, sus pinturas, su música, sus vicisitudes políticas y religiosas, sus razas, sus vinos, sus lenguas... Magris prescinde deliberadamente de ofrecer una mirada inocente de esa civilización, prefiere observarla a través del prisma de Céline, Goethe, Musil, Kafka, Lukács, Canetti, Celan y un interminable etcétera. Por encima de conflictos y de diferencias coyunturales, sin embargo, permanece el río, misterioso e insondable, pues, como dice Holderlin, “lo que hace el río nadie lo sabe”.  

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