1/31/2014

Ay, España


   España no es ni siquiera un topónimo, es una ficción jurídica, una realidad por mera convención, porque, supuestamente, resulta útil a quienes están de acuerdo con ello. Pero ni siquiera como tal cumple su cometido, puesto que su utilidad como ficción jurídica es casi nula. Apenas da para un pasaporte con el que largarse. Es una convención errónea, una trampa que somete a los españoles al yugo de unos pocos.

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   A un observador foráneo, la península ibérica tal vez le parezca una cabeza de Jano, el dibujo de dos caras que se dan la espalda; y se diría que la faz mediterránea tiene una cicatriz en la barbilla, el Mar Menor.

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   ¿No habrá pronto ofertas de trabajo como rebuscador en contenedores de basura, no acabaré viéndolos con uniforme, debidamente asalariados, debajo de mi balcón, como a todas horas? ¿Y no hay ya, como desde hace siglos, gentes poderosas dedicadas a tareas más indignas, más perversas, más humillantes? ¡Son éstas las que es necesario evitar!

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   Votaría a un programa político cuyos dos únicos puntos fuesen: 1. Reformar la ley de referéndum para que, una vez cumplido un quorum del 50%, todos y cada uno legisláramos sobre cualquier materia directamente, y 2. Una ley de iniciativa legislativa popular que permitiese a diez mil suscriptores proponer referendos sobre toda clase de normas.

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