9/28/2013

El jesuita


   Las declaraciones del Papa están alimentando un entusiasmo incomprensible. No hay motivo para el regocijo. Lo menos que cabe esperar de cualquier persona razonable es que respete la sexualidad de los demás. ¿Por qué algo indispensable para una convivencia civilizada es saludado como un alarde de magnanimidad?
   Los creyentes sabrán; a fin de cuentas, la fe es asunto privado. Sin embargo, un extremo de lo dicho por el Papa sí nos afecta a todos, cuando menos a los españoles. Y es su afirmación sobre la conveniencia de que el Estado sea laico, desideratum que no puede sino despertar indignación, pues lo lógico es que a tamaña obviedad le hubiera seguido la inmediata solicitud de rescisión, por parte de la Santa Sede, del Concordato suscrito con el Estado español, el cual, entre otros privilegios, proporciona a la Iglesia ingentes subvenciones, la exime del pago de numerosos impuestos y pone a su disposición la educación pública para adoctrinar en la fe a las nuevas generaciones.
   El Papa presume de austero, se muestra tolerante con los gays y asegura que el Estado debe ser laico. La opinión pública, cristiana, atea, homo, hetero y transexual, lo celebra con alborozo. Pero el Concordato ahí sigue, intacto, desangrando cristianamente el erario. No en vano, jesuitismo es sinónimo de hipocresía.

Publicado en La Opinión de Murcia, 26/9/2013.

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