4/04/2012

El infinito interno


      El término psiconáutica fue acuñado a mediados del siglo XX por el escritor alemán Ernst Jünger. Etimológicamente, su significado podría traducirse como navegación de la mente. Ergo, psiconauta es el navegante de la mente. Estas palabras aluden a los estados de ánimo inducidos por la experiencia con drogas, aluden a la ebriedad como empresa filosófica, como una de las bellas artes.
     Lo que Jünger descubre mediante la psiconáutica es que el ser humano resulta tan vasto hacia dentro como el mundo lo es hacia fuera. De ahí que recupere la distinción humanista entre microcosmos y macrocosmos. El macrocosmos haría referencia a la physis, al universo físico, al conjunto de planetas, estrellas, constelaciones y galaxias que se expanden en el espacio y que, cómo no, también incluyen a la Tierra. Microcosmos, en cambio, sería lo que podemos denominar nuestra mente, alma o espíritu, -psiké, decían los griegos-, diferente en cada individuo, tan asombrosa, rica y fascinante como el espacio exterior, y, desafortunadamente, tan desconocida e inexplorada. De este modo, el hombre se caracterizaría por ser un ente finito en el que cabe lo infinito, igual que los fractales de la última geometría.
     El psiconauta se dispone a realizar una travesía interior, con los consiguientes riesgos y revelaciones. La aventura de este peculiar viaje es la aventura del autoconocimiento. Guiado por la máxima inscrita sobre el pórtico del Templo de Apolo en Delfos, pierde el miedo a sí mismo, a zonas de sí mismo que ignora, que una vez atravesadas lo harán surgir cambiado, acrecido, e inicia su investigación pertrechado de coraje, prudencia y respeto.
     Al surcar estados anímicos extraordinarios se sorprende de continuo. Pero hay sorpresas, sobre todo las que a uno mismo conciernen, capaces de turbar en extremo. En experiencias de gran intensidad el viajero extravía su yo ordinario y puede sentir que se halla fuera de sí -ni objeto ni sujeto-, dudar de su cordura o presentir su muerte. Sumido en una realidad por entero desconcertante, no puede aferrarse a sus viejos asideros y ha de encontrar referencias nuevas. Durante el viaje transformamos y ampliamos la experiencia, la percepción y el juicio del contacto con el mundo y la relación con el tiempo. Tales escollos son el precio que ha de pagarse, la moneda que Caronte exige cada trayecto. Aldous Huxley sostenía que determinadas substancias actúan como llaves que facilitan a la especie humana desprenderse transitoriamente de ésa su más pesada carga: el tiempo, que lo constriñe y lo limita vedándole más y mejores cotas de libertad.
     Y es que, en el fondo, éste, como tantos otros, es un problema de libertad, de ética. El psiconauta reclama su derecho inalienable a conocer y conocerse sin restricciones ni coartadas. Sin embargo, en su labor no encuentra más que impedimentos y prohibiciones. Leyes que tratan de protegerle de sí mismo -ilegítimas por tanto- le cercan en cualquier Estado del planeta en el que viva. Se convierte, pues, en rebelde, en transgresor, en disidente, sólo por el hecho de intentar seguir, sin hacer daño a nadie, el camino que le dicta su conciencia en lugar de imposiciones exógenas. La cuestión de la psiconáutica deviene así una cuestión de desobediencia civil, de subversión política.
     La actual situación de los ordenamientos jurídicos a este respecto no puede acarrear sino desastres. Es oportuno recordar que desde antiguo se advirtió lo contraproducente de la proscripción. Eurípides muestra en Las Bacantes cómo la oposición de un gobierno a la libertad de Dioniso se traduce en un absurdo. El dios, apoyado por todo el pueblo, especialmente por las mujeres, vence a sus enemigos, que acaban como era de esperar: muertos. Constituye un error de graves consecuencias tratar de impedir algo tan natural y arraigado en el espíritu de todas las civilizaciones conocidas como lo es la embriaguez. Dioniso aparece por doquier. Más valdría a nuestras autoridades políticas no obstinarse en negarlo, quitarse de una maldita vez la venda de los ojos y despenalizar las drogas. Algo tan esencial para la plenitud del ser humano como el autoconocimiento no puede permanecer desarrollándose de manera clandestina y culpabilizada.
     Como escribió cierto médico: “Cerebros potentes no se fortalecen con leche, sino con alcaloides (…) Vida significa vida provocada”.


Bibliografía:

-Benn, Gottfried: El yo moderno. Pre-textos, 1999.
-Escohotado, Antonio: Retrato del libertino. Espasa, 1998. Aprendiendo de las drogas. Anagrama, 1995.
-Eurípides: Las Bacantes. Gredos, 2000.
-Huxley, Aldous: The doors of perception. Heaven and Hell. Penguin, 1993. Moksha. Edhasa, 1982.
-Jünger, Ernst: Acercamientos. Tusquets, 2000.
-Ocaña, Enrique: El Dionisio moderno y la farmacia utópica. Anagrama, 1998.
-Velasco, Miguel Ángel. El dibujo de la savia. Lucina, 1998.

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