Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957) es un escritor descomunal. Cioran parece un histrión vacuo comparado con el pesimismo que rezuman A este lado (Pamiela, 1993), Paisaje con fisuras (Pre-Textos, 1999), Los días de
enmedio (Destino, 2002) o Historia de las malas ideas (Destino, 2003); Schopenhauer,
una plañidera neurótica. El cinismo de Gil Bera es estoico, una
disección de la estupidez y la crueldad humanas enraizada en los más antiguos
estratos materiales, que parte de la actualidad para remontarse hasta cronologías insondables.
Mediante la investigación histórica, arqueológica, moral, lingüística, jurídica, literaria, filosófica, retórica y traductológica, la revolucionaria erudición clásica de Ninguno es mi nombre (Pre-Textos, 2012) se yergue como un hito filológico equiparable, pongamos por caso, a
la tesis doctoral de Nietzsche, si no mayor, -albricias, Eduardo Gil Bera no
es universitario-, puesto que descubre y esclarece los rastros ignorados
de Homero, como Paisaje con fisuras hacía con la Biblia, como éstos
y otros de sus ensayos con la Epopeya de Gilgamesh.
El español que escribe Gil Bera vale
más leerlo que comentarlo. Tienta pensar que Ferlosio, -a quien mejora sin desplantes,
consciente de que la honestidad intelectual es
implacable-, lo lee agradecido.
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